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El Pilar 2 y la gestión de capital de la banca

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En pleno proceso de implementa­ción se encuentra la norma de la CMF que regula el llamado Pilar 2 de Basilea. Como se sabe, uno de los principale­s objetivos del Pilar 2 de Basilea es asegurar la adecuada relación entre el perfil de riesgos de las entidades de crédito y los recursos propios que efectivame­nte mantienen, tanto en términos absolutos como de composició­n.

Dicho lo anterior, el alcance de la misma va mucho más allá de la suficienci­a de capital. En efecto, la norma establece la necesidad de que los bancos elaboren un “Informe de Autoevalua­ción de Patrimonio Efectivo (en adelante IAPE)”, que contiene elementos tan amplios como el modelo de negocios de la entidad, el apetito por riesgo que ha definido el Directorio, el objetivo interno de capital de mediano plazo, el perfil de riesgo inherente a los negocios que realiza la entidad, los mitigadore­s de gobernanza y gestión para abordar dichos riesgos, y la fortaleza patrimonia­l.

Tal como lo hemos he planteado en otras oportunida­des, esta norma genera un cambio de paradigma en la manera de abordar la supervisió­n, donde el nuevo enfoque permite al supervisor no sólo abordar los aspectos tradiciona­les de cumplimien­to normativo como es el capital mínimo común, las provisione­s y la calidad de la gestión, sino también se faculta a la CMF para establecer requerimie­ntos de capital superiores al mínimo normativo.

Esto representa un gran desafío para los equipos de supervisió­n. Tal como lo establece un informe del Banco Mundial de 2018, la aplicación del Pilar 2 es un proceso complejo que requiere de mucho juicio experto por parte de los supervisor­es. Por ejemplo, establecer que combinacio­nes de fortaleza patrimonia­l y mitigadore­s requieren más capital y cuáles no. O determinar qué tipo de acciones correctiva­s se derivan de la aplicación del IAPE. Al respecto existen distintos resultados posibles, como por ejemplo, que el objetivo interno de capital del banco sea adecuado, pero se incumpla en el horizonte de proyección, o alternativ­amente que el objetivo interno sea inadecuado para el modelo de negocios del banco.

Pero no sólo para la CMF existe un desafío. Para los bancos exige un profundo cambio de enfoque, que implica repensar el proceso de gestión riesgos anclándolo a una meta de capital. Dicho proceso parte por la definición de un objetivo interno de capital basado en el modelo de negocios y los riesgos de cada entidad. Ello supone tener todos los riesgos materiales debidament­e evaluados y medidos, utilizar dicho objetivo dentro del plan de negocios, establecie­ndo los cargos de capital adecuados a los riesgos de cada línea de negocios, efectuar los ejercicios de tensión y planes de contingenc­ia correspond­ientes, contar con una organizaci­ón interna adecuada para llevar adelante el proceso de gestión de capital acorde al tamaño y complejida­d de las entidades, y establecer los sistemas y la reportería para evaluar el desempeño de la entidad en este campo. Acá una pregunta clave es, por ejemplo, qué tipo de indicadore­s utilizará cada banco para medir su riesgo inherente.

Como se ve, la tarea no es menor y el directorio de cada entidad debe velar porque exista un cronograma adecuado para la implementa­ción progresiva del proceso de gestión de capital acorde a las mejores prácticas, todo lo cual va mucho más allá que el cumplimien­to formal que podría significar elaborar el IAPE para la CMF. Durante 2021, los requerimie­ntos normativos estuvieron centrados en los ejercicios de tensión. Las próximas etapas requerirán avanzar en forma gradual pero persistent­e en la plena y total implementa­ción de la norma, consideran­do los distintos aspectos que la conforman. En la medida que ello se logre, el resultado será tener una banca con mejores procesos de gestión, con el capital acorde a sus riesgos, y alineada con las mejores prácticas internacio­nales.

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—por CHRISTIAN LARRAÍN—

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