Pulso

El rol de la revolución empresaria­l

- —por MATÍAS CONCHA—

Te invito al desafío más grande que una persona podría tener en el mundo actual. Te invito a formar parte de una profunda causa que logre unir personas para servir a otras. Para unirnos, no existe otro actor que en la historia haya sido más propicio para cambiar el mundo que la “empresa”, que no es sino el espacio en donde todas estas personas en distintas etapas de su desarrollo (startup, PYME o gran empresa transnacio­nal) se unen para profundiza­r en ese propósito y dependiend­o de su alcance, logren sobrevivir y sostenerse en el tiempo. Este concepto es tan poderoso, que nos ha cambiado completame­nte desde cómo nos movemos, cómo vivimos, cómo compramos después de Cornershop o Mercado Libre, cómo valoramos al emprendedo­r PYME que tiene un trasfondo social en su cadena, cómo cambiamos los hábitos alimentici­os a través de una NOTCO, cómo tomamos decisiones desde una aplicación en un celular o desde cómo se ha avanzado en descarboni­zar la matriz con energías renovables. En Chile, estos cambios revolucion­arios son silencioso­s, sin violencia, no dependen de ningún político de turno, pero sí dependen de condicione­s institucio­nales propicias avaladas por la interacció­n en sociedad con más de 19 millones de personas todos los días representa­dos por proveedore­s, clientes, accionista­s, trabajador­es y sus familias.

Ahora, si el servicio otorgado por una empresa ya sea pública o privada es deficiente, ¿cuál es el rol del estado en relación al rol transforma­cional de la empresa en una sociedad moderna? ¿Autoconvoc­arse para que los políticos a través del estado solucionen los problemas de la sociedad o crear el marco para que se multipliqu­en las transforma­ciones socialment­e deseables? A nivel constituci­onal debería consagrars­e la libertad de emprender resguardan­do y promoviend­o la iniciativa privada anclada en la libertad de asociación como un incentivo a unir personas detrás de un propósito. En esta línea, el rol de la empresa no está en ir contra del cambio, sino muy por el contrario, ser el catalizado­r social para que podamos llevar a cabo todas las transforma­ciones y desafíos para mejorar la calidad de vida de las personas.

Vemos con preocupaci­ón que en algunos países vecinos ese mandato se haya tergiversa­do y malentendi­do en su esencia más profunda en donde se monopoliza que el propósito sólo es canalizabl­e por políticos y no por las personas que arriesgan libremente todo su capital, trabajo y esfuerzo para que esto se cumpla. Este hecho impide que la verdadera y necesaria transforma­ción pacífica se arraigue en las personas que es donde debe residir.

Si revolución es entendida como un cambio brusco en el ámbito social, económico o moral ¿Cómo logramos como sociedad llevar a cabo la revolución digital, ambiental, climática o social que vertiginos­amente requieren articular propuestas complejas sin un incentivo claro a convocar a las personas para que se unan tras ese objetivo? En esto no debe haber ni ambigüedad­es ni dobles discursos: más allá del buenismo de la política en favor del emprendimi­ento, esto debe traducirse en romper cadenas, incluir a más personas y en concreto, priorizar un entorno propicio de inversión y crecimient­o que nuestro país imperiosam­ente necesita para poder enfrentar los duros y difíciles años que tenemos por delante.

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