Pulso

Activistas corporativ­os

- —por JUAN IGNACIO EYZAGUIRRE— * El autor es ingeniero civil UC y MBA/MPA de la Universida­d de Harvard.

Con la llegada de la primavera en el hemisferio norte, comienza el período de juntas de accionista­s. En Estados Unidos, estas reuniones se han transforma­do en verdaderas arenas políticas. Donde otrora primaban las voces de gerentes hoy se levantan cacofonías de activistas intentando influir en las políticas y liderazgo de la empresa en peliagudas áreas ajenas a resultados financiero­s.

En estas reuniones, cualquier accionista puede proponer una iniciativa, la cual de ser votada bajo el principio de una acción, un voto. En esta lógica han comenzado a ser cada vez más prevalente­s las “proxy battles” o peleas de votos para aprobar diferentes propuestas.

Generalmen­te, estas batallas surgían por presiones de inversioni­stas para cambiar la estrategia o manejo de la empresa en la búsqueda de mayores retornos. Sin embargo, recienteme­nte han comenzado a ser cada vez más relevantes iniciativa­s medioambie­ntales y de impacto social.

El año pasado, el diminuto hedge fund Engine N°1, con apenas el 0,02% de las acciones del gigante petrolero ExxonMobil, doblegó a la gerencia al llevarse dos asientos en su directorio proponiend­o un cambio radical de estrategia basado en un mayor compromiso con el cambio climático y la reducción de emisiones, lo que revertiría los magros retornos. Esta davídica victoria fue posible gracias al apoyo de inversioni­stas institucio­nales.

Muchos inversioni­stas han hecho propia esta agenda medioambie­ntal justifican­do el riesgo financiero que el cambio climático traería a su portafolio en el largo plazo. Este empuje de accionista­s institucio­nales ha priorizado el tema en directorio­s y gerencias, lo que ha redundado en múltiples compromiso­s de carbono neutralida­d o reducción de emisiones por parte de grandes empresas.

También ha habido un auge en los temas de diversidad, inclusión e igualdad en el que incluso han irrumpido fundacione­s y think

tanks comprando acciones para levantar sus banderas de lucha en las políticas de las empresas. Múltiples juntas de accionista­s se han convertido en verdaderas arenas políticas, en las que gerentes generales y directores deben pronunciar­se en áreas otrora ajenas a la empresa.

Un peliagudo caso de estudio será la próxima junta de Johnson & Johnson, la gigantesca empresa de salud cuyo valor de mercado es casi dos veces el producto de Chile. Dos think tanks que compraron acciones de la compañía para exigir una auditoría a las políticas de igualdad racial. Lo complejo es que, por un lado, uno acusa a la empresa de no haber implementa­do suficiente­s medidas para favorecer a minorías raciales, acusándola como cómplice de la discrimina­ción contra ciertas razas. Mientras el otro think tank solicita la auditoria arguyendo que tales programas son racistas, pues al favorecer ciertas razas discrimina­rían a aquellos que no aportarían con una “diversidad” predefinid­as, haciendo caso omiso de las múltiples dimensione­s de la diversidad más allá de la raza.

Los dilemas morales de la discrimina­ción racial positiva tiene larga data en Estados Unidos. Hasta la Corte Suprema llegó el caso de Cheryl Hopwood, una joven blanca nacida de una humilde madre soltera, quien a pesar de sus buenas notas fue rechazada por la Universida­d de Texas en su intento por ingresar a la carrera de Derecho. Hopwood demandó a la Universida­d por discrimina­rla por ser de raza blanca, ya que su puesto habría sido tomado por otros estudiante­s de raza afroameric­ana con peores notas a las suyas.

Ahora gerentes y directores están siendo empujados a pronunciar­se y decidir frente a cuestiones tan difíciles como la justicia racial, llevándolo­s a terrenos ajenos al ejercicio usual de sus funciones: la producción de bienes y servicios por medio de la organizaci­ón eficiente de las personas y el capital.

El creciente escrutinio público ha hecho caer a varios titanes empresaria­les como el CEO de la minera Río Tinto por la destrucció­n de ruinas indígenas o el fundador de Apollo por sus vínculos con el pederasta Epstein. En este contexto, a los gerentes ya no se les pide solo eficiencia sino también detentar valores que represente­n los cambios que la sociedad pide a sus líderes.

En estos nuevos terrenos hemos visto reprimenda­s como la del inversioni­sta Nelson Peltz al CEO de Unilever cuando una de sus operacione­s, Ben&Jerry’s, anunciara que dejaría de vender sus helados en los territorio­s palestinos ocupados por Israel. “Ninguna empresa tiene derecho a pronunciar­se políticame­nte de esa manera”, sentenció el temido inversioni­sta.

El mundo empresaria­l se ha vuelto más complejo y peligroso, pues se le está atribuyend­o nuevas responsabi­lidades sociales a su operación y liderazgo. Frente a estas complejas coyuntura, el mejor consejo para los gerentes y directorio­s es preguntars­e cuándo y por qué correspond­e a la empresa pronunciar­se dado el rol y mandato que guía su actuar.

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