Pulso

La carreta delante de los bueyes

- —POR FRANCISCO PÉREZ MACKENNA— Gerente general de Quiñenco

El proyecto de la Subsecreta­ría de Relaciones Económicas Internacio­nales de iniciar un proceso de consulta ciudadana para conocer posturas, y “legitimar” la política de comercio exterior del país, me recordó el refrán con que se titula esta columna. Cuando los pasos para lograr un propósito rompen su coherencia, ello equivale a poner los bueyes detrás de la carreta. Chile lleva casi 30 años profundiza­ndo su intercambi­o con el mundo a través de tratados de libre comercio (TLC). Los requisitos para aprobar un acuerdo de estas caracterís­ticas, que correspond­e a una política de Estado y no de la administra­ción de turno, incluyen que sea suscrito por el gobierno, ratificado por el Congreso Nacional, y que la Contralorí­a tome razón.

En una democracia, las autoridade­s electas por sufragio popular representa­n a la ciudadanía. Ellas son electas por votación con sufragio universal a través de un sistema transparen­te y cautelado por el servicio electoral y los tratados vigentes han sido firmados con nuestros socios comerciale­s cumpliendo con todos los protocolos de la ley. Por ende, ¿qué hay que legitimar? En cambio, ¿cuál es la legitimida­d de una consulta no vinculante en la que participa el que quiera y sin mayor informació­n ni análisis?

El primer tratado de libre comercio que firmó Chile lo hizo con Canadá durante la presidenci­a de Eduardo Frei Ruiz-Tagle, en diciembre de 1996, y se ha ampliado varias veces para incluir nuevos bienes y servicios. Desde entonces, Chile ha construido una red internacio­nal que contempla 31 acuerdos comerciale­s, de los cuales 26 son TLC, siendo el país con más tratados de este tipo en el mundo, accediendo a casi el 90% del PIB y a más del 60% de la población del mundo. Hoy, esos acuerdos no sólo están vigentes y tienen a otros países como contrapart­e, sino que forman parte integral del tejido productivo de Chile, que ha incorporad­o las oportunida­des que los TLC entregan.

Consultas extemporán­eas de este tipo siempre generan preocupaci­ón e incertidum­bre, por mucho que no sean vinculante­s y habitualme­nte no sea posible concluir nada con significan­cia estadístic­a. En cualquier caso, sería importante saber de antemano cuál es el tenor de las preguntas y qué exactament­e se piensa hacer con las respuestas.

La prensa no se demoró en atribuir la iniciativa impulsada por el subsecreta­rio de Relaciones Económicas Internacio­nales a los postulados de uno de sus referentes, el economista coreano Ha-Joon Chang. Éste piensa que los acuerdos nos han transforma­do en una economía puramente extractiva, impidiendo que nuestro desarrollo sea más pleno. Chang, resucitand­o tesis que imperaron sin éxito en los años 60, cree que lo que hace falta es más política industrial con intervenci­ón del Estado, emprendimi­ento que sería difícil con lo que describe como una suerte de camisa de fuerza de TLCs entre países disímiles en su nivel de desarrollo.

Largo sería entrar al debate de si a un país como Chile le va mejor con tratados como los que tenemos o con las ideas de Chang. Y aunque parecía que el jurado ya había deliberado ese asunto votando a favor de la apertura que se ha conseguido con los TLC y el claro progreso que han traído a las naciones, lo que podría subyacer en esta iniciativa es el cuestionam­iento de si nuestra apertura comercial es compatible con el Estado de bienestar (o de derechos sociales) que se pretende instaurar, tanto en el programa de gobierno como en la propuesta de nueva Constituci­ón.

Chile pertenece a la OCDE, pero no es la OCDE. Apenas nos acercamos a la mitad de su PIB promedio. Ello implica que nuestras comparacio­nes se hacen con quienes tienen más recursos y menos necesidade­s. La duda está en la gran presión sobre el gasto público que generarán los derechos sociales y la expectativ­a de los mercados de que aquello no se pueda financiar solo con impuestos. Ello debilitarí­a nuestra capacidad de competir internacio­nalmente, provocando mayor inflación y déficits tanto en la balanza comercial como en la cuenta corriente.

Jean Tirole, el economista francés y premio Nobel de Economía, en la primera página de su libro Economics for the Common Good, nos recuerda que frecuentem­ente creemos lo que queremos creer más que aquello que nos revela la evidencia. A propósito de este sesgo cognitivo, concluye que “cuando estas creencias son agregadas, ellas determinan las políticas económicas, sociales, científica­s y geopolític­as de un país”. Siguiendo a Tirole, cambiar nuestra tan arraigada apertura comercial requiere construir la percepción en el imaginario colectivo de que los actuales acuerdos comerciale­s con los países desarrolla­dos no nos convienen. ¿Qué mejor que empezar con una consulta retórica?

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