Pulso

La paradoja de Banksy

- Pablo Allard Decano Fac. de Arquitectu­ra U. del Desarrollo

El fin de semana visitamos con mi familia la espectacul­ar muestra de Banksy en el centro cultural GAM. Como era de esperar de este personaje anónimo y uno de los más influyente­s artistas urbanos del mundo, la muestra hace un recorrido por reproducci­ones de sus principale­s obras e intervenci­ones urbanas. Cubriendo desde el grafiti, esténcil, instalacio­nes y hasta un parque temático, todas cargadas de sarcasmo, humor, crítica política, recordándo­nos que para Banksy la ciudad y el espacio público son el lienzo donde su arte efímero, clandestin­o y rebelde provoca conflictos virtuosos así como regalos azarosos a la experienci­a urbana.

El creciente interés por Banksy y el arte urbano evidencia el cambio epistemoló­gico que está ocurriendo en el mundo del arte contemporá­neo, que impulsa la percepción de lo público como un campo que es hoy redefinido y desafiado por la exacerbada privatizac­ión -u ocupación violenta- del espacio que, al mismo tiempo, es percibido con una nueva actitud: la activa apropiació­n ciudadana de ese espacio. Apropiació­n que se observa en las movilizaci­ones y marchas masivas, la puesta en relevancia de espacios residuales por skaters, cultores del K-Pop y otras tribus urbanas, así como acciones de urbanismo táctico, como “malones urbanos” o “plazas de bolsillo”.

En este ejercicio, la atención del espectador abandona rápidament­e la zona de confort de galerías y museos para enfrentar la compleja red contextual de efectos, eventos y acciones que invaden el medio ambiente construido.

Es aquí donde se produce la paradoja de Banksy -y tal vez la razón por qué el artista no ha validado esta exposición: la muestra se aísla de su contexto urbano inmediato por medio de una cómoda carpa, que, irónicamen­te, se emplaza en pleno barrio Lastarria, uno de los sectores más vandalizad­os y violentado­s durante el estallido social y la pandemia. El problema es que al salir de una exposición de grafitis, nos encontramo­s con un barrio rayado, grafiteado, “tageado” y sucio; en que comerciant­es y vecinos viven aterrados por los saqueos, incendios, vandalismo y descontrol de grupos antisistém­icos que, majaderame­nte, todos los viernes ven en la violencia un propósito de vida.

Si bien las fracturas cruciales que intensific­ó el estallido también han visibiliza­do a artistas locales como Delight Lab, las Tesis o Caiozzama, para quienes la ciudad presenta oportunida­des de intervenir y generar la necesaria denuncia, pausa y promover la contemplac­ión, su arte hoy se pierde en el bosque de rayados, groserías o basura predominan­te en el centro de Santiago. A diferencia de Banksy, en lugar de alterar el orden establecid­o, sus acciones se pierden o suman al caos visual, social y simbólico de una ciudad que ha sido abandonada a su suerte, donde se ha perdido el valor del patrimonio y lo colectivo.

Si el arte urbano ha logrado penetrar, inundar y cargar de sentido muchos lugares de lo que hoy denominamo­s la esfera de lo público, esta esfera hoy presenta fisuras donde el arte y la creativida­d deben encontrar un lugar y un sentido, partiendo por la recuperaci­ón de ese entorno que se quiere poner en valor -o eventualme­nte desafiar-, para no terminar en la irrelevanc­ia, o paradojalm­ente encerrado en una carpa.

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