El verdadero impacto climático de la Ley de Reducción de la Inflación está a una década de distancia
Se llama Ley de Reducción de la Inflación (IRA), pero el presidente Biden y los demás partidarios de la ley la tratan como “Ley de Reducción de Emisiones”. La ley, que Biden firmó la semana pasada, debe dejar los gases de efecto invernadero que calientan el clima en torno al 40% menos para 2030 respecto a los niveles de 2005, principalmente a través de subvenciones que cambien los servicios públicos y los hogares a la electricidad renovable y los vehículos eléctricos.
Esto es simbólicamente importante, ya que acerca a Estados Unidos a su compromiso internacional, pero no es el impacto más significativo de la ley. Al fin y al cabo, el país norteamericano ya estaba en vías de reducir las emisiones. La reducción incremental de emisiones de la IRA es del 6% al 10%, según la empresa de investigación Rhodium Group, o del 15%, según el Zero Lab de la Universidad de Princeton. Esto se traduce en aproximadamente en el 1% al 3% de las emisiones mundiales previstas para 2030: un comienzo, pero no lo suficiente para mover la aguja de la temperatura.
Donde el proyecto de ley podría ser realmente importante es en la plantación de las semillas para la adopción de la tecnología que impulsa las emisiones más allá de 2030. La historia reciente demuestra que las políticas climáticas, como los impuestos, las subvenciones y los mandatos, son más importantes al catalizar un ciclo virtuoso de mayor demanda que conduce a más innovación, aprendizaje práctico y economías de escala que reducen los costos y aumentan la demanda. “Son un empujón: ponen en marcha un proceso de innovación mucho más amplio”, afirma Jessika Trancik, que estudia el costo y el rendimiento de los sistemas energéticos en el Instituto Tecnológico de Massachusetts.
En cuanto a energía solar, los resultados han sido espectaculares. Entre 1980 y 2012, el costo de un módulo fotovoltaico fabricado con silicio cristalino se redujo en 96%, según un documento de 2018 de Trancik y dos coautores. Atribuyeron aproximadamente 30 puntos porcentuales a la investigación y el desarrollo público y privado que, entre otras cosas, condujeron a módulos más eficientes y obleas de silicio más grandes y delgadas. Otros 60 puntos se debieron al “aprendizaje práctico” - mejoras en el proceso de fabricación, como la reducción de los residuos, que se produjeron con la experiencia- y a las economías de escala: la capacidad media de las plantas se multiplicó aproximadamente por 200.
Estos avances se vieron estimulados por la promesa de demanda que hicieron posible los incentivos gubernamentales. Por ejemplo, los generosos pagos alemanes por la energía solar estimularon la enorme inversión de China en capacidad de fábricas fotovoltaicas.
Una dinámica similar, aunque menos dramática, se ha dado en la energía eólica y en el almacenamiento de baterías. Todos ellos se ajustan a la “Ley de Wright”, llamada así por el ingeniero aeronáutico de los años 30 Theodore Wright, según la cual cada duplicación de la producción va acompañada de un descenso porcentual más o menos constante del costo, conocido como tasa de aprendizaje. “A largo plazo, estas tasas de aprendizaje parecen ser la mejor forma de predecir el costo futuro de la tecnología que conocemos”, comenta Ramez Naam, autor e inversor en empresas de energía verde en fase inicial.
Una de las consecuencias es que, a medida que una tecnología madura, la producción tarda más en duplicarse y, por tanto, los costos disminuyen de manera más lenta. En el caso de la energía solar, por ejemplo, las fábricas de módulos fotovoltaicos son ahora tan grandes y el proceso de fabricación tan eficiente, que las mejoras incrementales son mucho más difíciles de conseguir. Sin duda, el costo de la energía solar ha caído un promedio del 6% anual desde 2018 hasta 2021, en comparación con el 21% de los nueve años anteriores, según Lazard, un banco de inversión. Los costos también están cayendo más lento en la energía eólica.
Los costos deberían seguir bajando en ambos casos. Los parques eólicos podrían migrar de tierra a mar y de bases fijas a flotantes, aprovechando un mayor tamaño y un viento más fiable. Greg Nemet, experto en sistemas energéticos de la Universidad de Wisconsin-Madison, cree que la instalación solar podría ser mucho más eficiente, como ya ha ocurrido en