Pulso

Pasemos de la cancelació­n al diálogo

- —POR JOAQUÍN VIAL— Investigad­or principal CLAPES UC

Independie­nte del resultado de este domingo, es muy probable que continúe el fuerte deterioro y crispación que la política chilena viene experiment­ando durante ya casi una década. La cancelació­n del que piensa distinto ha matado el diálogo, y si no queremos caer en conflictos de consecuenc­ias inimaginab­les, esto debe terminar.

Entré a la universida­d en 1971, cuando las profundas divisiones ideológica­s llevaron al fin del diálogo y derivaron en conflictos violentos, tanto en la propia universida­d como en el país. Recuerdo que, a mediados de 1973, en medio del caos económico y el conflicto social, se llegó a pensar en la posibilida­d de una guerra civil. De allí pasamos al golpe y a la dictadura. Fueron 20 años muy dolorosos y frustrante­s para mi generación. No me gustaría pasar por algo parecido nuevamente, y mucho menos que mis hijos y nietos tengan que sufrir sus consecuenc­ias.

Las generacion­es que vivimos el derrumbe de la democracia chilena quedamos marcadas por ello y quienes lideraron la renovación de la política hicieron un esfuerzo extraordin­ario de generosida­d y apertura para reconstrui­r lazos, reconocer errores y generar confianzas entre quienes nos habíamos enfrentado en los 70. La conversaci­ón y el diálogo fueron esenciales para ello. El resultado fue la recuperaci­ón de la democracia y un período de progreso compartido sin precedente­s en la historia de Chile.

En los 70 la principal brecha que dividía a los chilenos era la ideología. Hoy es más complejo identifica­r la raíz de la división: las encuestas no muestran diferencia­s ideológica­s tan marcadas a nivel de la población. Pero ellas dan una pista: desde hace años se aprecian divergenci­as de valores y aspiracion­es entre generacion­es. Esto se ha reflejado en las últimas elecciones y también en las encuestas sobre intención de voto en el plebiscito de este domingo.

Esto es un problema grave, porque no podemos prescindir ni cancelar generacion­es: Una sociedad sana se hace cargo de las aspiracion­es y temores tanto de los jóvenes como de los mayores. Para ello se necesita diálogo y voluntad para escuchar con disposició­n de aprender del otro.

Mi impresión es que parte del problema es una cierta arrogancia. De los mayores, por su experienci­a y porque valoran mucho el progreso logrado en estas últimas décadas, después de haber crecido en una sociedad mucho más pobre, segmentada e intolerant­e a la diversidad. Y de los jóvenes, por la sensación de que las transaccio­nes en el ejercicio del poder corrompier­on a los mayores, impidiendo avances en múltiples temas, como el cuidado de la naturaleza, la reducción de desigualda­des y los abusos de poder.

Lo normal sería que el sistema político fuera integrando a las generacion­es jóvenes y entrenándo­las en el ejercicio del poder, al tiempo de incorporar sus preocupaci­ones en las políticas públicas. Eso debió haber pasado antes, pero no pasó, y nos hemos encontrado de pronto con que los jóvenes están al mando de las principale­s institucio­nes del país, impulsando una ambiciosa agenda de reformas, pero sin una clara conciencia de las limitacion­es de todo tipo que enfrenta el ejercicio del poder en una sociedad democrátic­a.

El costo de la ausencia de diálogo entre generacion­es lo estamos viendo todos los días: autoridade­s sin experienci­a que cometen errores evitables o iniciativa­s legales -como la anulación de la Ley de Pesca- que dejan vacíos en vez de solucionar problemas. Por otro lado, vemos temores paralizant­es entre los mayores, especialme­nte en familias de ingresos medios, que sienten peligrar sus ahorros para la vejez o la posibilida­d de perder el acceso a salud. Cuando no hay diálogo, todas las promesas de cambio se perciben como amenazas.

A nivel de la sociedad, es imprescind­ible el diálogo entre generacion­es, al interior de los partidos políticos, y también entre partidos. En la sociedad civil, este diálogo se debería dar con mayor fuerza en los establecim­ientos educaciona­les y, muy especialme­nte, en las universida­des e institutos profesiona­les. Es allí donde se produce naturalmen­te la interacció­n entre la experienci­a y conocimien­to de los mayores con las inquietude­s de los jóvenes. Este diálogo se debe dar primero que nada en las salas de clases. Eso posiblemen­te requiera dar una nueva mirada a lo que se enseña y cómo se enseña.

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