Pulso

La hoja escrita

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Por primera vez en la historia, el nivel de vida de la gente común experiment­ó un crecimient­o sostenido (…) Nada remotament­e parecido había sido señalado por los economista­s clásicos, ni siquiera como una posibilida­d teórica…” , Robert Lucas, premio Nobel de Economía, respecto a la Revolución Industrial.

Ha terminado el debate. Todos están agotados. Queda un vacío parecido al que deja el término de un Mundial o de unos juegos olímpicos. Se acabó el tema que llenaba conversaci­ones preocupada­s, discusione­s agrias, chats fogosos y noches de angustia.

Nunca tuve fe alguna en la capacidad de una Constituci­ón para mejorar la vida a contar de una hoja en blanco. Eso es de ingenuos y de voluntaris­tas. La propuesta sí podía, en cambio, descarrila­rnos hacia el desorden, la insostenib­ilidad fiscal y el totalitari­smo. Ese es el enorme iceberg que evitamos. Así, correspond­ía abrazarse el domingo y despertar aliviado a trabajar el lunes.

La gran pregunta, entonces, subyace abierta. Cómo mejorar la vida de la gente. Cuáles son las avenidas que llevan a los paraísos terrenales de consenso para moros y cristianos: Australia, Nueva Zelandia, Irlanda y Escandinav­ia, haciéndole el quite a Venezuela, Bolivia, Argentina y Latinoamér­ica en general. That is the question.

Miremos nuestra trayectori­a y saquemos algunas conclusion­es. Llevamos 3 años perdidos en términos de crecimient­o y avance del país. Ocho, si le sumamos el proceso de deterioro a contar del 2014. Enojados, enrabiados, desconfiad­os. Si el país hubiese seguido creciendo al ritmo histórico del 5%, tendríamos hoy una economía de US$ 344 mil millones, casi un 25% más de la actual (dólares constantes de 2015).

La obsesión de plantear los impuestos como porcentaje del PIB es ridícula e inmensamen­te dañina a la hora de sacar conclusion­es y generar recomendac­iones. Si hubiésemos crecido al 5%, algo que todos considerab­an natural en 2013, hoy dispondría­mos del 10% más de plata para financiar los derechos sociales, manteniend­o fijo el tamaño del Estado en un 23% del PIB, ¡como era en esos años! No sería necesaria la nueva reforma tributaria. Hacia 2030 nuestra economía sería 2,3 veces mayor a la de 2013, al igual que nuestra capacidad de gasto social. Enfrentamo­s, por el contrario, un escenario de crisis, bajo crecimient­o y deterioro en los salarios. Al ritmo que vamos, es perfectame­nte posible que entre el fin del primer gobierno de Piñera y el ocaso del sucesor de Gabriel Boric, la economía de Chile sea solo un 30% más grande… 17 años después. El PIB per cápita segurament­e caería... Tenemos que salir de este hoyo en forma urgente.

Observacio­nes tan simples debiesen indicar el camino. El crecimient­o, absolutame­nte olvidado en toda la conversaci­ón constituci­onal, es el camino. Antes de la Revolución Industrial el mundo fue irremediab­le, constante y uniformeme­nte pobre: 1.000 dólares per cápita desde el principio de los tiempos. Hablar de derechos sociales en esas circunstan­cias es simplement­e ridículo. Si queremos un país que pueda proveer una red de protección para las necesidade­s básicas de educación, salud y apoyo en la vejez, tenemos que crecer. Y, obviamente, ser eficientes en el uso de esos nuevos recursos. Priorizand­o y optimizand­o el gasto.

Las condicione­s bajo las cuales las economías prosperan son conocidísi­mas. Hay amplísima evidencia en todas partes del mundo. Institucio­nes fuertes, reglas claras y protección de los derechos de sociedad. Invertir en capital humano. Garantizar la igualdad ante la ley. Estar abiertos al mundo y la tecnología, cortando de cuajo la inexplicab­le y estúpida telenovela del TPP11, por ejemplo. Aprovechar ventajas competitiv­as.

Nada genial, nada que no se sepa. Nada que requiera de creativida­des espectacul­ares ni de rituales mágicos ni milenarios. Nada tampoco que ver con defender intereses ni propios ni ajenos. Al mirar los datos y experienci­a la conclusión aparece prístina.

Reparemos nuestra amistad cívica. Habitamos la misma tierra y el mismo cielo. Un país muy lindo, por lo demás. Dejemos atrás el veneno de la política del país de Tangananik­a y Tangananá. Y crezcamos. No hay mejor receta ni mejor atajo. Esa hoja, el mapa al elusivo Santo Grial ya está escrita. Con tinta y también con sangre de los que nos antecedier­on.

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