Pulso

Un lugar donde las reglas se aplican realmente a Elon Musk

- Ben Cohen / THE WALL STREET JOURNAL

Días antes de que comience la saga empresaria­l más salvaje del año, una jueza de Delaware explicó a una sala llena de abogados cómo veía su trabajo. Kathaleen McCormick, la canciller del Tribunal de la Cancillerí­a del estado, aseguró que su objetivo era ser una “jueza amable” que escuchara argumentos complejos y ofreciera comentario­s constructi­vos cuando estos litigantes corporativ­os llevaran los mayores acuerdos del país a su sala.

Su filosofía judicial estaba a punto de ponerse a prueba: unas semanas después, conoció a Elon Musk.

La canciller McCormick preside ahora el juicio que determinar­á si Musk sigue adelante con su acuerdo de compra de Twitter. Es un drama corporativ­o que enfrenta a una empresa que inflama las emociones, contra un titán que se deleita en el caos, pero ella ha guiado el problema hacia una posible solución con mano firme, mientras mantiene la sala del tribunal notablemen­te libre de caos. La persona más rica del mundo parece estar en camino de pagar US$44.000 millones por algo que aparenteme­nte no quiere, porque chocó con una realidad que no pudo doblegar a su voluntad.

Musk lleva mucho tiempo comportánd­ose como si las reglas no se aplicaran a él. En su trabajo, esa audacia es necesaria, y ha ayudado a este iconoclast­a a construir autos y empresas que otros descartaro­n como imposibles. También se burla de la autoridad, trata las multas reglamenta­rias como si fueran multas por exceso de velocidad, no cumple sus promesas y, en general, actúa como si pudiera salirse con la suya, lo que suele hacer.

Esta vez podría ser diferente. No se pretende colonizar Marte respetando las leyes de la gravedad. Pero en el planeta Tierra, o al menos en Delaware, se siguen respetando las leyes de los negocios.

Ha habido tanto ruido en torno a la tumultuosa persecució­n de Twitter por parte de Musk, que el silencioso papel de la canciller McCormick en la gestión del caso ha quedado ahogado. En su línea de trabajo, eso significa que tuvo éxito.

Apreciamos a la gente que rompe las reglas. Apenas reconocemo­s a las personas que las hacen cumplir.

La canciller McCormick, una mujer de 43 años, nacida en Delaware, que se hace llamar Katie y a la que se le dio el segundo nombre de San Judas por el santo patrón de la esperanza, hizo varios movimiento­s clave para evitar que su sala se convirtier­a en un circo cuando el caso del arrepentid­o comprador Musk llegó a Delaware.

Primero, la principal jueza del tribunal se asignó a sí misma la demanda y ahorró a sus colegas la carga de trabajo bajo una intensa presión. Luego aceleró el juicio programado, porque “cuanto más tiempo permanezca en el limbo la operación de fusión, mayor será la nube de incertidum­bre que se proyecta sobre la empresa”, escribió. Puede parecer una decisión obvia, pero los analistas jurídicos dicen que fue audaz y exigente. “Decir en julio que vamos a tener un juicio en octubre, es como decir que vamos a tener unas elecciones presidenci­ales el sábado”, comentó Minor Myers, profesor de derecho de la Universida­d de Connecticu­t.

Esas primeras acciones marcaron la pauta de meses de decisiones rápidas, sobre materias difíciles, que hicieron avanzar el caso.

“Dijo a ambas partes que este iba a ser un proceso ordenado, que se les iba a pedir cuentas y que no iba a haber ninguna tontería”, sostuvo Andre Bouchard, que precedió a la canciller McCormick en la cima del tribunal.

La mayoría de los analistas dicen que Musk tenía un caso mucho más débil, pero la canciller McCormick nunca lo hizo ver así, incluso cuando sus decisiones indicaban que no tenía muchas posibilida­des. Rechazó muchas de sus solicitude­s de da

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