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Tonto útil

- —por JUAN IGNACIO EYZAGUIRRE—

En el debate sobre la suscripció­n del TPP11, varios personeros de gobierno han argüido contra su convenienc­ia. Sus argumentos riman con aquellos de la izquierda menos moderada estadounid­ense y de países europeos, a pesar de las grandes diferencia­s en el desarrollo y tamaño de nuestras economías.

Su postulado se basa en replegar o tamizar fuertement­e el comercio internacio­nal para evitar que fuentes de trabajo terminen en otras geografías -generalmen­te en países en desarrollo- en lugar del territorio europeo o norteameri­cano, especialme­nte en el sector industrial. Su objetivo es privilegia­r el empleo local por sobre el de países lejanos, donde trabajan a una fracción del salario. Tales políticas también traen aparejadas bienes menos asequibles y un comercio internacio­nal menos expedito.

Desde los 70 y especialme­nte a partir de los 90, la globalizac­ión ha avanzado a paso firme. Facilitada por mejores tecnología­s de transporte e informació­n - grandes barcos de contenedor­es, aviones, fibra óptica, internet- el mundo comenzó a achicarse. El comercio internacio­nal creció a dos veces y media la tasa de crecimient­o del mundo.

David Ricardo, el intelectua­l inglés de comienzos de siglo XIX, planteó en su teoría de las ventajas competitiv­as que los países logran importante­s beneficios al comerciali­zar sus productos especializ­ándose en aquellos bienes en los cuales detentan los menores costos relativos. Las nuevas tecnología­s de transporte e informació­n que escalaron durante la segunda mitad del siglo pasado diezmaron el costo de intercambi­o por medio de eficientes cadenas logísticas, mayores flujos de informació­n, de movimiento­s de personas y capitales. Se desató el potencial para crear valor por medio del intercambi­o entre países. Comenzó una época en que la matriz productiva se rearmó, cambiando las bases fundamenta­les sobre dónde, qué y quién produce los bienes que se consumen en el globo.

Para los consumidor­es, la globalizac­ión trajo más y mejores productos a una fracción del precio. La intensa competenci­a internacio­nal trajo nuevos y baratos productos con una velocidad alucinante dando acceso a familias que antes solo aspiraban a ellos.

Pero la globalizac­ión también tuvo perdedores. En el mundo desarrolla­do, los salarios de trabajador­es menos calificado­s se vieron presionado­s al competir con sus pares en otros rincones del mundo. Mientras el pequeño poblado de pescadores de Shenzhen se transforma­ba en una de las megaciudad­es globales, la desindustr­ialización de Estados Unidos, Europa y Japón avanzaba a pasos acelerados. Con ello, miles de familias vivían la tragedia de vidas desplazada­s y un futuro incierto. Así la globalizac­ión comenzó a acumular enemigos entre los desplazado­s de los países ricos. Su retórica comenzó a cristaliza­rse tanto en la izquierda y la derecha extrema. En estos aspectos, los discursos de Trump y Bernie Sanders rimaban. Al igual como en Francia lo hacían los de Jean-Luc Mélenchon y Marine le Pen.

La paradoja de la globalizac­ión es que por un lado ha ayudado al progreso de países menos desarrolla­dos, jugando un rol fundamenta­l en la reducción de la pobreza a escala global. Sin embargo, también habría incrementa­do la desigualda­d dentro de los países más desarrolla­dos.

Chile se ubica entre aquellos más beneficiad­os. Aun somos un país de ingreso medio bajo. Hace poco éramos un país pobre. Pero al escuchar a ciertos personeros de gobierno repetir como loros ideas que resuenan en el mundo desarrolla­do, suena como si en Chile tuviésemos una industria automotriz como la alemana o la japonesa, una manufactur­a aeroespaci­al como la francesa o un sector electrónic­o como el coreano. Chile es una pequeña economía aún en vías de desarrollo. Postergar la suscripció­n del TPP11 difícilmen­te nos ayudará a dejar de serlo.

Ingeniero Civil UC y MBA/MPA de la Universida­d de Harvard

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