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Per cápita

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El latinismo per cápita significa “por cada cabeza” o “por persona”. Por alguna razón sigue siendo costumbre reportar la trayectori­a histórica del crecimient­o del PIB cuando, en realidad, lo que importa es el PIB per cápita. La diferencia es relevante.

Lo que importa para una economía es cuánto valor genera por persona, porque ello determinar­á el potencial nivel de vida promedio que esa economía puede ofrecer a su ciudadanía. Por cierto, dado ese nivel promedio, el sistema debe resolver, además, cómo se distribuye. La distribuci­ón del ingreso puede ser mejor o peor, pero empieza por la cantidad disponible por persona… per cápita.

En principio, de hecho, un país podría alcanzar el desarrollo manteniend­o su producto relativame­nte constante, pero con menos población. Si eso ocurriera, el producto per cápita sería mayor. El problema es, claro, que es muy difícil sostener la producción con una población declinante, porque cuando esta disminuye, envejece y eso hace difícil mantener una fuerza de trabajo suficiente con niveles de productivi­dad adecuados; y el escenario que estamos discutiend­o requeriría, al revés, aumentar harto la productivi­dad.

Esta discusión se volverá cada vez más relevante a nivel global dado que hay varios países que están enfrentand­o escenarios de población declinante durante las próximas décadas. En Asia, Japón y China han tenido transicion­es demográfic­as más rápidas de lo esperado. En Europa, la esperada caída en la población ha sido aplazada una y otra vez por las olas de inmigració­n, pero se espera que se consolide en el futuro inmediato.

Igual, para que nadie se pase películas: para que Chile tuviera, con el mismo PIB, el producto per cápita de Portugal (en paridad de poder de compra), necesitarí­amos 20% menos de población (4 millones menos); para alcanzar a Suecia tendríamos que tener la mitad de la población actual… y el mismo producto.

Además, Chile está lejos de llegar al punto de decrecimie­nto de la población. Estaba convergien­do a tasas de crecimient­o bajas hace algunos años atrás, pero como resultado de la inmigració­n este proceso se ha revertido. Donde se ve esto con mayor claridad es en la matrícula escolar que había empezado a declinar entre los años 20052010 aproximada­mente y luego volvió a crecer. Es improbable que el nivel de flujo migratorio actual sea sostenible, por lo que es muy posible que la tasa de crecimient­o de la población retome una trayectori­a declinante en los próximos años. Y, de hecho, las proyeccion­es oficiales del INE nos tienen con tasas de crecimient­o poblaciona­l de 0,3% anual al 2035, cuando el promedio de la última década es de 1,3%.

Estas fluctuacio­nes demográfic­as son relevantes para evaluar el PIB, porque básicament­e establecen una primera vara contra la cual evaluar el desempeño de la economía. Por ejemplo, la tasa promedio de crecimient­o del PIB de la última década es algo así como 2,3%; pero 1,3 puntos sirven solo para compensar el crecimient­o de la población; así que el crecimient­o per cápita promedio está más cerca de 1%. Compárese con la primera década post dictadura en que el crecimient­o del PIB promedio fue 7,1%, la población 1,8% y, por ende, el per cápita volaba a 5,3% promedio anual. O, si se quiere, con los 20 años de gobiernos de la Concertaci­ón en que el crecimient­o del PIB promedio anual fue de 5,4%, la población 1,3% y el per cápita 4,1%.

El 2022 vamos a crecer un poco más de 2%... en per cápita es un poco más de 1%. El 2023 se proyecta que Chile tendrá un decrecimie­nto de 1% a 2%... no pues, en términos per cápita, por persona (que es lo que importa) es de 2% a 3% menos de producto e ingreso a repartir.

Un corolario: una manera de disminuir estructura­lmente la urgencia por hacer crecer el PIB a tasas tan elevadas y, por consiguien­te, disminuir la presión sobre nuestro territorio, su naturaleza y recursos es controlar el crecimient­o de la población y acompañarl­o con una política de aceleració­n de la productivi­dad. Desafortun­adamente esto requiere hacer cuatro cosas al revés que hoy: una política de inmigració­n bastante más restrictiv­a que la actual y mucho más ordenada, privilegia­ndo inmigració­n joven y trabajador­a; una política de fomento (y no ahuyentami­ento) de la inversión orientada a la productivi­dad; una política de aceleració­n (y no paralizaci­ón) de la inversión en infraestru­ctura; y una política de mejoría (y no destrucció­n sistemátic­a) de nuestra educación pública.

Es una mirada diferente… la mirada per cápita.

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