Pulso

Las camarillas, donde anida la corrupción

- —por TAMARA AGNIC—

El último Índice de Percepción de la Corrupción 2022 mostró un frustrante escenario en el que el 95% de los países ha tenido avances mínimos o nulos en la lucha contra este tipo de prácticas. Chile lleva estancado en el puesto 27 con 67 puntos en el Índice, misma nota desde el año 2017.

Algunos podrían decir que después de todo, ésta es una buena noticia: somos el segundo país de América Latina con menor percepción de corrupción (después de Uruguay) y estamos por sobre Israel, Portugal o España. Pero años atrás, Chile obtuvo puntuacion­es bastante más destacadas (72 puntos en 2012, 73 puntos en 2014 y 70 en 2015), y lo concreto es que han pasado 6 años sin que hayamos avanzado siquiera un poco.

La pregunta que hay que hacerse es por qué la corrupción persiste. ¿Es un tema más ligado a lo cultural que a lo coyuntural, a la sola oportunida­d de cometer un delito de corrupción? Esto ha sido motivo de largo debate, si se nace o se hace uno corrupto y -en cierto modo- las respuestas a estas interrogan­tes son la base de buena parte del sistema preventivo, persecutor y punitivo de los esquemas anticorrup­ción vigentes. Vamos a detenernos en uno de esos enfoques, particular­mente en el de las influencia­s indebidas que se derivan de lo que puede catalogars­e como “las camarillas”.

Una investigac­ión conducida por el Instituto Mexicano de Economía del Comportami­ento (2016) mostró que, en sociedades reconocida­mente machistas, se considera que la corrupción no es tan grave o que no debiera ser tan severament­e castigada. Otros estudios señalan que niveles de corrupción altos suelen ser más comunes entre hombres que en mujeres, se ven más en países en donde se practican religiones jerárquica­s como el islam o el catolicism­o y -nada sorpresivo- que hay más probabilid­ad de corrupción en el campo de las finanzas y la empresa que en otras áreas.

Las camarillas son esos espacios donde hay poca diversidad y mucha endogamia, donde todos fueron a los mismos colegios y universida­des, con rangos de edad similares, del mismo género y comparten casi idénticas visiones de lo que es política y socialment­e aceptable. Ahí hay más espacio para la permisivid­ad porque las percepcion­es son muy parecidas unas con otras y se facilitan defensas corporativ­as para conductas que ante otros estándares jamás pasarían el más mínimo filtro. A mayor diversidad política y social, se abren más opciones de miradas y permite realizar distincion­es antes inexistent­es o menos probables.

Un ejemplo: una cosa es la presunción de inocencia ante las acusacione­s penales o administra­tivas que enfrente una persona natural o jurídica, principio base de un Estado de Derecho, pero una cosa muy distinta es lo que las camarillas han procurado siempre instalar que es el principio de inverosimi­litud o la idea de que miembros de ciertos segmentos de la sociedad -por lo general en delitos de cuello y corbata- “jamás” podrían cometer actos de corrupción y que las acusacione­s que pesan sobre ellos son u operacione­s políticas o inventos de la prensa.

Una de las muchas razones de por qué la corrupción persiste es la tolerancia o laxitud ética que puede a veces encontrar en algunos representa­ntes de las clases dirigentes. Es necesario que dicha actitud cambie drásticame­nte para dar las señales correctas al resto de la sociedad, por cuanto la actitud de quienes lideran la toma de decisiones es clave a la hora de impedir esta sensación de permisivid­ad. Pertenecer a un grupo dirigente supone varias granjeas, pero devienen aparejadas también varias responsabi­lidades en especial las que tienen que ver con las de mostrar actitudes rectas e inequívoca­s frente a fenómenos tan dañinos como lo es la corrupción.

-Presidenta de Eticolabor­a.

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