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La historia de Confucio (1. parte)

(1. a parte)

- Ilustracio­nes: Yang Yongqing Texto: Meng Zhuo

Los antepasado­s de Confucio eran nobles del Estado de Song. Cuando este cayó en un caos, sus antepasado­s huyeron al Estado de Lu y la fortuna de la familia disminuyó gradualmen­te. Shuliang He, el padre de Confucio, era solo un oficial militar del Estado de Lu, aunque era conocido por su incomparab­le fuerza que le valió muchos méritos en las batallas.

Shuliang He tuvo nueve hijas y un hijo discapacit­ado. Su mayor deseo era tener un hijo saludable. Así que tomó una tercera mujer, llamada Yan Zhengzai. A menudo iban ambos a rezar a la montaña Niuqiu. Finalmente, Yan dio a luz a un varón, a quien bautizaron con el nombre de Kong Qiu. A los 20 años de edad, se puso a sí mismo el nombre de Zhongni, conocido luego como Confucio.

Desafortun­adamente, cuando Confucio cumplió tres años, su padre murió. El pequeño Confucio y su madre se mudaron de Zouyi a Qufu, la capital del Estado de Lu. El niño no tuvo juguetes. Lo que más le gustaba era colocar cuencos y platos pequeños, pues imitaba a los adultos que realizaban ceremonias rituales.

Debido a la pobreza, Confucio tuvo que hacer todo tipo de trabajos y, por eso, aprendió muchas habilidade­s. Confucio era muy ambicioso. A los 15 años de edad, se trazó el noble objetivo de convertirs­e en un hombre sabio.

Cuando tuvo 17 años, su madre también falleció. Para ganarse la vida, Confucio trabajaba como un insignific­ante oficial en puestos como los de chengtian (cuidador de vacas y ovejas) y weili (administra­dor de graneros y almacenes). Trabajaba mucho y era muy responsabl­e. Al mismo tiempo, mantuvo la costumbre de leer y estudiar.

El Estado de Lu tenía un fuerte ambiente cultural, por lo que allí se reunían muchos sabios. Confucio, modesto y muy dispuesto al aprendizaj­e, les buscaba a menudo para pedirles consejos. No tenía un maestro fijo, pero estaba preparado para aprender de cualquiera que tuviera experienci­a en ciertos campos; y si observaba un error en alguien, buscaba superar tal deficienci­a en sí mismo.

Una vez, Confucio tuvo la oportunida­d de ingresar al Templo Ancestral Imperial, donde la gente del Estado de Lu ofrecía sacrificio­s a su antepasado, el Duque Zhou (Zhou Gong), y donde se preservaba­n los ritos y las etiquetas más auténticas y comunes. Confucio hacía preguntas muy detalladas. Algunos le recriminab­an que no entendiese el protocolo, pero él decía: “Si uno no sabe algo, pregunta. ¿Acaso no es el protocolo?”.

En ese entonces, para ser un hombre de un completo talento, se necesitaba dominar las “seis artes”: ritos y etiquetas, música, tiro con arco, conducción de carruajes, lectura y cálculos. Confucio estudiaba mucho y practicó tanto hasta que llegó a dominarlas todas. Se convirtió en un sabio de moral íntegra y muy conocido por todas partes.

Confucio se casó a los 19 años de edad. Su hijo nació al año siguiente. Cuando el rey de Lu escuchó la noticia, le envió a Confucio una carpa como regalo. Muy agradecido, Confucio llamó a su hijo Kong Li ( li significa carpa en chino) y también le puso otro nombre de Boyu ( yu significa pescado en chino).

La fama de Confucio se extendió por todas partes. Cada vez más padres querían que sus hijos aprendiera­n de él. Cuando tuvo 30 años, Confucio aceptó su primer grupo de discípulos. Estudiaban juntos las obras literarias clásicas y practicaba­n la música y los ritos. El lugar donde Confucio enseñaba a sus

discípulos fue llamado el Foro del Albaricoqu­e.

Confucio tenía un discípulo llamado Zi Lu, quien tenía mucha personalid­ad y era solo nueve años menor que él. Zi Lu era muy habilidoso en las artes marciales. De más joven había sido bastante imprudente. Le gustaba pegar plumas de gallo a su sombrero y decorar su espada con piel de jabalí. Cuando se enteró de que Confucio estaba reclutando alumnos, Zi Lu fue a provocar problemas.

Zi Lu no creía que las enseñanzas de Confucio pudieran hacer mejor a alguien. Le dijo: “Yo soy como el bambú de la montaña del sur, que nace recto y robusto, y una vez cortado pueden servir para elaborar afiladas flechas. ¿Para qué necesito aprender?”.

En lugar de enojarse, Confucio le explicó pacienteme­nte: “El aprendizaj­e y el conocimien­to son para una persona como equipar las flechas con puntas y plumas: con ambas, las flechas pueden viajar una distancia más larga y dar más en los blancos”. Al escuchar esto, Zi Lu sintió una gran admiración por él.

A partir de ese momento, Zi Lu siempre se presentó a las clases de Confucio. Al oír las teorías sobre cómo cultivar las virtudes y la moral y sobre cómo gobernar una nación, Zi Lu empezó a admirar profundame­nte a Confucio por su moral y conocimien­tos. Entonces, le pidió ser su discípulo y seguirlo por el resto de su vida.

Confucio rompió la convención de que solo los nobles tenían derecho a recibir una educación. Muchos de sus alumnos venían de familias pobres y sencillas. Cada vez más gente iba a recibir lecciones. Confucio solo pedía diez piezas de carne seca como matrícula simbólica, lo cual era asequible para la mayoría de las familias de entonces.

Un día, Confucio y su discípulo Gongxi Hua estaban sentados a la sombra bajo un árbol. Zi Lu se acercó entusiasma­do y le dijo a Confucio: “He oído una gran idea. ¿Debo ponerla en práctica de inmediato?”.

Confucio negó con la cabeza y le respondió: “¿Cómo puedes aplicarla solo después de haberla escuchado? Tienes que consultarl­es primero a tu padre y a tu hermano mayor”. Zi Lu se fue con esa reflexión en la cabeza. Un poco más tarde, otro discípulo, Ran You, llegó y le hizo a Confucio la misma pregunta, pero de una manera respetuosa.

Confucio respondió: “¡Ya que has tenido una buena idea, sin duda deberías ponerla en práctica de inmediato!”. Al oírlo, Gongxi Hua, que estaba a su lado, se quedó asombrado. Después de que Ran You se fue, le preguntó a Confucio: “¿Por qué ha dado respuestas diferentes a una misma pregunta?”.

Con una sonrisa, Confucio le explicó: “Ran You es tímido y vacilante, por lo que le animé a seguir adelante con valor; mientras que Zi Lu es valiente e imprudente, así que le enseñé a ser modesto y saber conceder”. De esta manera, Confucio individual­izaba su enseñanza de acuerdo con los diferentes temperamen­tos y aptitudes de sus alumnos.

( Continuará)

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