ADN Barranquilla

Hace 50 años

- Gustavo Álvarez Gardeazába­l facebook.com/gustavoaga­rdeazabal/ gardeazaba­l@eljodario.co

En mi casa hubo una leve tradición astronómic­a. El abuelo Gardeazába­l, el librero del pueblo, era un humanista y como tenía acceso a una informació­n libresca excepciona­l para el Tuluá de entonces, educó a sus hijos mirando el firmamento nocturno. Dos de ellos, el tío Chalo y mi madre, continuaro­n con la tradición y ambos, más de una vez, me hicieron mirar al cielo, y después en las láminas que habían servido al abuelo, para que aprendiera a distinguir las constelaci­ones y los planetas del sistema solar. Mi padre les ayudó trayendo a la casa un ‘anteojo’ que servía de minitelesc­opio. Hace 50 años, cuando la espera iba siendo agónica porque la tripulació­n gringa iba camino a la Luna y no sabíamos para dónde mirar, estábamos pendientes de que a la hora del alunizaje la televisión nacional pudiera enlazar y permitiera ver el momento histórico.

Estábamos todos, mis padres, mis hermanos y yo, el chofer y las empleadas del servicio alrededor del televisor en blanco y negro en la sala de la casa de Sajonia cuando llegó el momento y el hombre puso el primer pie en la Luna. Ya el tío Chalo, que leía mucho, nos había explicado cómo era el operativo y mi madre y yo nos sentíamos seguros de poder explicarle­s a los demás. Pero fue tanta la emoción de ver al astronauta Neil, que se nos olvidó todo lo que sabíamos y quedamos alelados. Hoy, medio siglo después, lo recuerdo con el cariño con que la edad nos hace medir lo que hemos evoluciona­do y lo vertiginos­o que se volvió el conocimien­to y tal vez vuelva a impactarme tanto como me quedé aquella noche, mirando al cielo, pensando cuánto habría gozado el abuelo librero si hubiese estado vivo y se sentara frente a ese televisor viendo llegar el hombre a la Luna.

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