Regalos de la vida
De los grandes placeres que hemos tenido, en medio del confinamiento, está la posibilidad de ser testigos oculares de la majestuosidad de la naturaleza.
En nuestro terruño se logra visualizar, especialmente en este segundo semestre, amaneceres y atardeceres preciosos. Son dignos de destinar el tiempo necesario para recargarse de humildad ante la magnitud de la madre tierra, que a pesar de nuestro maltrato sigue recargando nuestra vida con la fuerza necesaria para hacer brillar sobre todos los mismos destellos y la misma recarga de energía.
Les confieso, como diríamos los pelaos, que me da cola (rabia), que muchos al tener la oportunidad de guardar las miradas ante la belleza y la majestuosidad de la naturaleza como un bello recuerdo íntimo, tienen que estar poniéndolo en las redes sociales a la espera de likes y ponderaciones instantáneas.
Es frecuente que varias personas compartan, en la mañana, una foto del bello amanecer, luego al ocaso del día sale nuevamente las dotes de fotógrafos y sueltan una nueva foto del atardecer caribeño.
Fantástico que nos genere admiración la naturaleza, es un signo de que estamos recuperando nuestra capacidad de asombro, que suele disminuir con el paso de los años y hace que lo esencial sea invisible a los ojos como diría El Principito. Mi llamado es a que aprendamos a guardar vivencias en nuestra intimidad, a que sin cámaras, por un tiempo, vivamos lo profundo de estar presentes, viviendo a plenitud los regalos de la vida.