País de promesas
Llegó la hora de decidir el voto. Escuchamos propuestas y programas con sueños irrealizables, para seducir votantes. En medio de tanto discurso ilusorio, lo ideal es detallar en quien menos promete, como indicador de honestidad.
Según las propuestas, en los próximos cuatro años seremos un país desarrollado, con la mejor infraestructura, bajarán los impuestos, la educación será de primer nivel, tendremos un sistema de justicia inmejorable, la paz será una realidad incuestionable y la corrupción será tema del pasado… Tras analizar tales discursos uno se pregunta: ¿cómo hasta ahora surgen estos colombianos brillantes que nos prometen un país extraordinario? ¿Por qué no hemos avanzado un centímetro para alcanzar eso que nos ofrecen? Seguro es porque los políticos ya no saben qué más decir y se aprovechan del anhelo generalizado de cambio, lo que justifica que seamos capaces de avalar esas promesas sin cuestionar su coherencia.
Vale la pena tratar de actualizar nuestro raciocinio democrático, poniendo en la balanza las propuestas realizables y aquellas que son argumentos politiqueros, para votar con más criterio. Si seguimos siendo un país mal educado en principios y valores seremos presa fácil de tantos charlatanes.
Votaré pensando en un cambio fundamental: mejorar la educación, pues así creceremos en cultura política y exigiremos líderes honestos y capaces de dirigir un país que necesita mejores dirigentes.