La verdad extraviada
Es triste comprobar que en las redes sociales, los medios de comunicación e incluso en los argumentos de las conversaciones cotidianas, todo gira en torno a revelar la doble intención de los demás: “que tal propuesta del Gobierno tiene una segunda intención”, “que la verdadera razón para hacer tal cosa es…”, “que lo que busca tal persona con eso es…”. ¿Nos hemos vuelto tan desconfiados que ya no creemos en nada ni en nadie?
Otra manera de abordar el tema es que todos nos creemos reveladores de la verdad, pues asumimos que los demás no la tienen y, peor, suponemos que ellos son mentirosos. Creemos firmemente que solo nosotros la poseemos y que gracias a nuestro discurso vamos a sacar a los demás de la ignorancia en la que viven. Esto implica un supuesto adicional: todos son ignorantes, menos nosotros.
¿Qué pasa con la verdad?, ¿Por qué está tan perdida, devaluada y maltratada? Es difícil construir confianza, progreso y, en general, mejorar nuestras relaciones si no tenemos como eje a la verdad. Por eso es importante entender que no hay una verdad absoluta para todo y tener claro que, pese a no compartir una idea, esta puede ser válida.
Si bien esta reflexión es útil para validar a nuestros políticos, quienes hacen poco por ganar credibilidad, también aplica para las relaciones de cualquier otro tipo. Es urgente construir confianza a partir de valorar las diferentes verdades y no asumirlas como mentiras o fachadas para cubrir segundas intenciones.