Festejar la corrupción
Independientemente del resultado de la consulta anticorrupción que se votó el domingo pasado –y que alcanzó una votación sorprendente, lo cual me alegró mucho–, me quedé pensando en cuántos actos corruptos cometemos sin considerarnos como tales.
Sí, las veces que hemos alterado una declaración de renta para no pagar; o cuando hemos usado una influencia para saltarnos un trámite; o cuando le damos una ‘propina’ a alguien para que nos pase más rápido; o cuando festejamos la gracia del que logró llegar primero por un atajo non sacto.
La corrupción se asocia a muchos otras palabras –y a la acción que tal vez representan– que pueden parecer sinónimos: mentira, deshonestidad, avivato, aventajado...
Y también con la indiferencia o la falta de contundencia para rechazarla. Tenemos un umbral muy alto para tolerarla justificándola con frases como “si todos lo hacen”, “no lo haré yo, pero alguien más lo hará”, “fue una sola vez”, “es que era urgente”. O para festejar la gracia de alguno...
La falta de sanción social –ni hablar de la justicia– va volviendo tolerante y normal este tipo de actos. No solo hay que considerar los grandes desfalcos, o los actos deshonestos de los altos cargos públicos o de personas muy visibles, también hay que protestar por lo que sucede a nuestro alrededor, en nuestro metro cuadrado, que también nos incluye a nosotros mismos.