Castro y Soto
Terminé de leer uno de esos libros que solo la inteligencia pastusa produce, sobre las repercusiones en Colombia de la declaración de independencia de Montúfar, (Quito, 10 de agosto de 1809). Por él he analizado (gracias a la capacidad investigativa y comparativa de su autora, Lydia Inés Muñoz Cordero, presidente de la Academia Nariñense de Historia), los elementos democráticos, y muy distintivos de ese acto de rebeldía contra la corona, lo que me hace recomendarlo. Pero me ha servido para recordar lo que hicieron en Tuluá un mes después la pareja de Castro y Soto, más tenidos como negros que como mulatos. Cuenta el historiador de Buga, el exministro Tulio Enrique Tascón, que ese par de aventados caballeros, quizá empleados o hijos de esclavos de la familia Montúfar valluna, declararon antes que en cualquier otra provincia del país la independencia de España, el 13 de septiembre de 1809, pero a lo quiteño, es decir sin tapujos ni tibiezas, cambiando como cabeza de la pirámide social al rey por el pueblo soberano.
La que se conoce y se venera históricamente es la proespañola del Alférez Real De Cayzedo y Cuero del 3 de julio de 1810, una semana antes del agarrón del florero en Bogotá. Pero como Castro y Soto no tenían plata, ni títulos y menos imprenta como sí los Caycedo, no pasaron a la historia, tanto que ni la doctora Muñoz Cordero los incluye en su libro. Tampoco el país entendió, desde entonces, por qué los pastusos eran fanáticos de la corona y nada amigos de la independencia, de Bolívar y de Nariño. Este libro de solvencia pastusa revela cómo, con ese criterio, Pasto impidió que se regara el grito democrático quiteño en Colombia y los Castro y los Soto no se volvieran héroes para que los demás montaran la ‘Patria Boba’.