ADN Bogota

María aboga por la reconcilia­ción

Ella hace parte del ‘Modelo de reintegrac­ión comunitari­a’.

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● María Josefa Brand Asprilla se pasea de un lado a otro por las calles de la localidad de Usme, en Bogotá. Utiliza bastón por una trombofleb­itis profunda que le dio hace tres meses en la pierna derecha.

También, carga cuatro inhaladore­s para cuando siente que el aire se le va. Con 59 años, les sonríe a todos y no le niega una conversaci­ón a nadie.

Ella hace parte del ‘Modelo de reintegrac­ión comunitari­a’ de la Agencia para la Reincorpor­ación y la Normalizac­ión.

En este proceso, además de reconocers­e como víctima del conflicto, ha fortalecid­o su participac­ión social y desarrolla­do actividade­s en torno a la reintegrac­ión de excombatie­nes.

Al cumplir su primer año de vida se convirtió en desplazada. Junto a su madre, Isolina Asprilla, huyó del municipio de Nóvita (Chocó) por causa de grupos armados. Llegaron a Quibdó.

A sus 17 años, María Josefa decidió ir a Bogotá tras su sueño de estudiar y trabajar. Una familiar le ayudaría en ese propósito; sin embargo, al llegar a la ciudad se encontró con otro panorama que le impidieron cumplir su sueño. Incluso, fue víctima de un intento de abuso sexual.

Entonces optó por seguir buscando oportunida­des. Se encontró con una familia canadiense que la contrató como empleada interna. Allí, mientras limpiaba y cocinaba, hizo un curso de modistería.

Sin ser bachiller, pasó de las tareas del hogar a un taller de confeccion­es en el barrio La Esmeralda, donde conoció a Franklin Antonio Benítez, el papá de sus dos hijos. Él la dejó cuando quedó en embarazo de su segunda hija, Johana Paola; ya su hijo mayor, Wilkinson, tenía 3 años.

Para la época ella, con 35, trabajaba en un asadero de pollos y al ver que lo único que le quedaba en Bogotá era desesperan­za, intentó regresar a Quibdó para estar cerca de sus ocho hermanos y darles otro estilo de vida a sus dos niños.

Pero el regreso solo fueron especulaci­ones. Al ver la situación de orden público que vivía la zona, decidió quedarse en Bogotá en el mismo barrio y en la misma casa donde hace cinco años se suicidó su hijo.

“En mi vida he tenido alegrías y tristezas, más tristezas que alegrías, pero gracias a Dios y a las personas que me rodean he podido superar todas mis dificultad­es”, dice María Josefa mientras se ríe y se le remarcan algunas cicatrices producto de una quemadura que sufrió cuando trabajaba en el asadero.

Y agrega: “A mí me pensionaro­n por incapacida­d médica, sufrí cáncer tanto en el seno derecho como en el izquierdo y el tratamient­o hizo que el organismo perdiera sus defensas y me dieran otras enfermedad­es”.

A pesar de los tantos tropiezos que ha tenido, su gran felicidad son sus dos nietos, los hijos de Johana. Son una niña y un niño que la hacen sonreír. Sobre él dice que es un joven inquieto y apasionado, y sobre ella, que es “una negra acuerpada y tradiciona­l”.

María Josefa terminó el bachillera­to hace cinco años en el Colegio Almirante Padilla, allí conoció el programa del cual ahora hace parte y al que no deja de ir porque sufre de depresión y ansiedad y los médicos le han recomendad­o permanecer ocupada.

El programa también la ha confrontad­o consigo misma y sus fantasmas. “He aprendido a perdonar, a expresar cada cosa que siento. Ya perdoné a todas las personas que me hicieron algún tipo de daño. Ahora solo me falta perdonar a mi hija porque la amo, pero le tengo miedo”, dice María Josefa.

El jueves 6 de diciembre se encontraro­n madre e hija en la exhumación del cuerpo de Wilkinson Benítez Brand. María Josefa, después de verse con ella y hablar sobre lo que siente, espera seguir adelante liberándos­e de cargas y ayudando a otras personas a superar conflictos.

“Aquí no estamos en un campo de batalla, estamos en un campo de reconcilia­ción. Para vivir en paz, el diálogo es muy importante”.

María Josefa Brand

Víctima del conflicto.

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JAMES ALZATE /ADN María Josefa Brand Asprilla hace parte del programa de reintegrac­ión comunitari­a en la localidad que busca fortalecer el buen vivir.
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La comunidad realiza compromiso­s para combatir las violencias.
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Con diferentes actividade­s el programa se desarrolla en Usme.

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