Turismo gay
El presidente Bolsonaro ha dicho que su país no soportará más el turismo gay y, mucho menos, en los carnavales. Como siempre, imitando a Trump, no da a conocer las medidas adoptadas por su gobierno para suspender esa mayúscula renta del turismo que posee Brasil, pero su efecto causa un eco mundial, no porque según los medidores de sexualidad solo un 10 % de la población mundial es gay, sino porque los publicistas y los comerciantes del turismo hallaron que ese núcleo de población es la que más gasta.
Para quienes creemos que la segregación, en cualquier área, por los gustos sexuales ha sido, es y seguirá siendo un atropello a la libertad individual, el hecho de que Bolsonaro prefiera disminuir al máximo una renta turística que Brasil ha explotado con gran éxito, indica que el presidente brasileño es peor de lo que lo pintaron durante la campaña. Con razón le atribuyen la frase de que prefería morir que tener un hijo marica. Pero allá ellos con su presidente y su homofobia. El asunto es que la oportunidad la pintan calva y como ahora en Colombia estamos bajo la égida de la economía naranja patrocinada por la presidencia de la nación, deberían en este momento todos los administradores del jugo de esa naranja estar proponiendo a Colombia como reemplazo del Brasil. Por supuesto tendrían que pedirles a alcaldes como el de Cartagena que entiendan que los turistas no se pueden regir por las normas decimonónicas y a alcaldes como el de Bogotá que los vetos internacionales al asesinato miserable de árboles espantan al mundo gay y pueden impedirles arrimar a este país y desviar el flujo turístico que Brasil consiguió con su criterio amplio y con una infraestructura parecida a la que predica con su economía naranja el gobierno actual.