Derrocar el régimen
Hoy, cuando se cumplen 100 años del nacimiento de Álvaro Gómez Hurtado, se llenarán muchos espacios de los medios de comunicación recordando su gesta, su asesinato e ideas. El presidente, que dice haber sido su alumno en la Sergio Arboleda, le rindió homenaje ayer en Casa de Nariño. Algún conservador de la vieja guardia laureanista debe haberle mandado celebrar alguna misa y citado a los sobrevivientes de esa fuerza seleccionada y exigente que fue el alvarismo para volverse a ver las caras. Pocos, empero, tendrán en cuenta la vigencia de las tesis de Álvaro Gómez. Si alguno de los políticos de ahora o de los que se asoman al futuro las analizara, encabezaría masas con la más enérgica y contundente de las afirmaciones de este hombre que pasó de ser odiado por los liberales de principios de la mitad del siglo XX a respetado líder sin rumbo en 1990.
Álvaro Gómez afirmó que “al régimen hay que derrocarlo”. Muchos pensaron y todavía piensan cuando oyen que repetimos esa frase en momentos críticos que se estaba o se está incitando a un golpe de Estado. No. Lo que pedía Álvaro Gómez era que la estructura de nuestra democracia se desbaratara para dar paso a otra. Fracasó al intentarlo en la Constituyente de Gaviria porque olvidó que las trapisondas eran la dueñas de esa estructura y todavía nos atormentan. Para él la democracia no salía de los cenáculos que criticaba tanto aunque perteneciera a varios. Por eso hoy cobran inusitada vigencia. La falsedad de nuestras leyes electorales, la sinverguenzería del Congreso, la repetición insensata de elegir a los equivocados o inexpertos para que nos gobiernen, nos obliga a repetir que al régimen hay que derrocarlo para que esto cambie.