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Epígrafes

- John Saldarriag­a saldaletra@gmail.com

El epígrafe, ese verso o frase, muchas veces ajeno, que suele instalarse adelante de poemas, relatos o ensayos, es la puerta de entrada de una obra literaria. Un faro que da luz al río de letras en que navegaremo­s.

Es una perla que encontró un día el autor, cuando hacía de lector de la obra de otro; la recogió y guardó en su talego y, ahora, la exhibe orgulloso, poniéndola en un sitio privilegia­do y visible de su trabajo.

El epígrafe es también una forma de conversaci­ón entre obras. Quien no lo lee o lo lee con descuido, se pierde una de las gracias de un libro.

Mario Puzo puso en ‘El Padrino’ una idea tomada de ‘La comedia humana’, de Honoré de Balzac: “Detrás de cada fortuna hay un crimen”. ¿Acaso no encierra la esencia de la obra clásica de las letras sobre mafia?

Gabriel García Márquez adelantó en ‘Memoria de mis putas tristes’ un mensaje tomado de ‘La casa de las bellas dormidas’, del japonés Yasunari Kawabata: “No debía hacer nada de mal gusto, advirtió al anciano Eguchi la mujer de la posada. No debía poner el dedo en la boca de la mujer dormida ni intentar nada parecido”.

En ‘La vorágine’, Rivera habla del destino y del infortunio, sin acudir a ideas ajenas. Fernando Pessoa alumbra así ‘Una cena muy especial’, relato incluido en ‘El banquero anarquista’ y otros cuentos de raciocinio: “Dime lo que comes y te diré quién eres”, frase que atribuye a Alguien.

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