Frankenstein
Por estos días he recordado mucho una versión fílmica del libro Frankenstein, de Mary Shelley, dirigida por Kenneth Branagh y protagonizada por un magistral Robert De Niro, allá por 1994. Dicha versión pone el énfasis narrativo en la temática del rechazo. El ser creado en laboratorio por el doctor Frankenstein es una criatura inocente y llena de amor que ignora su fealdad suprema. Pero pronto, los pobladores ‘de bien’ se la dejan muy en claro con piedras, golpes y escupitajos. Conmueve ver a este ser tan horrible y puro llorando a mares el desprecio del que es objeto, y en otra escena posterior, llorando también la muerte del que, pese a todo, considera su padre.
Ese monstruo que sufre el maltrato me trae de vuelta a un país cada vez más polarizado que retrocede en asuntos como la libertad de expresión y el reconocimiento de la diversidad. Donde los consumidores de marihuana, las mujeres que abortan y los homosexuales otra vez son categorizados como criminales, y los líderes sociales son asesinados por el mero hecho de ejercer la participación ciudadana consagrada en la Carta Magna. Un país donde el Gobierno construye la unidad nacional sin partidos de oposición.
Hoy por hoy, existe en Colombia un Doctor Frankenstein. Un padre irresponsable que le encanta parir guerras ficticias y que odia a sus hijos e hijas.