ADN Bogota

Denuncian cobro excesivo a turista

- Facebook/gustavoaga­rdeazabal/ gardeazaba­l@eljodario.co

En las playas de Bocagrande, la popular zona turística de Cartagena, un vendedor informal cobró 200.000 pesos por una par de sandalias a una turista argentina. Policía halló al informal, al que le aplicaron comparendo, y el dinero fue regresado a la extranjera.

En Colombia siempre han existido fanatismos siguiendo a quienes nos dirigen y cuando se han polarizado al extremo, nos llevaron a llenar de cruces los cementerio­s. En el siglo pasado, desde 1921, cuando armó la tremolina recién estrenado en el Congreso y tumbó al presidente Marco Fidel Suárez, hasta 1965 cuando murió, Laureano Gómez levantó una fanaticada con la que consiguió hacer temblar al país, despertar amores irracional­es y odios mucho peores. Ser laureanist­a era algo más que una enfermedad.

Hablar contra Laureano podía llegar a ser un delito político que solo se pagaba con la muerte o la persecució­n. Las nociones absolutas de derecha, la defensa de la fe católica y de los obispos, pero sobre todo la capacidad de estigmatiz­ar a quienes les enfrentaba­n uniformánd­olos a todos con el ropaje general de ‘comunistas’ les permitió dividir al país y llevarnos, cuando por fin Laureano pudo ser presidente en 1949, a una guerra civil no declarada llamada ‘la violencia’.

Por supuesto Laureano y sus seguidores instrument­alizaron el poder solo para ellos y cuando no les alcanzó, buscaron la fórmula de convocar una Asamblea Nacional Constituye­nte, al estilo de las Cortes Españolas que el generalísi­mo Franco había instaurado en su país después de cruenta guerra civil. Todo ello, más la imagen de monstruo que le generaron con sevicia los periódicos liberales (que eran los únicos de circulació­n nacional), sirvió para que los laureanist­as se volvieran una casta de furiosos, muchas veces cercanos al irracional­ismo, no un batallón de defensores de la moral pública que Laureano cual Catón enarboló toda su vida con atrevimien­to y ejemplo de vida privada. La historia en Colombia, como nos negamos a enseñarla, se repite).

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