ADN Bogota

El arte de sobar para curar los huesos

En la avenida Caracas con calle sexta hay 20 locales que se dedican a curar los huesos.

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“¡Siga, siga!, se tratan fracturas, esguinces, desgarres y se realizan masajes en la espalda o brazos”, es lo que se escucha cada día al pasar por la avenida Caracas con calle sexta.

Los que se escuchan son los ‘chulos’, aprendices de sobandería, quienes se encargan de llevar al paciente enfermo donde su jefe quien tiene más experienci­a. “Entramos las sobadas, se ve a la persona que viene enferma y lo ayudamos para que entre y lo revise el masajista”, asegura Anderson Sánchez, un joven que labora desde hace cuatro meses en la zona como empleado de un local de sobandería.

Este trabajo debe sus orígenes a Medicina Legal, en el centro de Bogotá, ya que algunos de estos “mecánicos de huesos” aprendiero­n en las morgues arreglando o embalsaman­do a los muertos que llegaban al anfiteatro, y se hicieron expertos en la anatomía humana, mientras que otros llegaron de las regiones donde aprendiero­n este oficio gracias a sus ancestros.

“En la morgue empezaron tres a sobar: primero fue Marcos Bonilla, luego José Murillo, el auténtico ‘Tigre’; y José Céspedes. Los sobanderos han existido desde los años 80”, afirma ‘Guillermit­o’, un vendedor informal que ha estado durante más de tres décadas haciendo jugos de naranja a las afueras de Medicina Legal.

Sin embargo, los mismos sobanderos aseguran que no ha sido fácil consolidar el lugar donde las personas pueden ir para que les realicen masajes o les ayuden a acomodar los huesos fracturado­s.

“Aprendí cuando mi papá arreglaba los huesos de los muertos y como ahí mismo sobaba, nos sacaron y nos ubicamos a una cuadra de ‘El Cartucho’. Cuando hicieron la intervenci­ón en 1998 nos reubicaron”, asegura Carlos Murillo, el ‘Tigre’, quien además añade que si no hubiera sido por el esfuerzo de la Asociación de Sobanderos que protestaro­n en el año 2000 en la Plaza de Bolívar no existiría una zona de “curahuesos”.

“Cuando nos tumbaron las casas, nos indemnizar­on y nos hicimos en la parte sur de Medicina Legal, para que la clientela no se perdiera y siguiéramo­s trabajando”, dice el ‘Tigre’.

Además, como si fuera una firma, en las fachadas de los cerca de 20 locales que quedan en el barrio San Bernardo, tienen nombres particular­es que los distinguen de los demás y que, por lo general, son tomados de rasgos físicos o corporales del masajista: ‘El Negro Palindo’, ‘El Caldense’, y ‘El Tigre’, entre otros.

Este último, no solo es reconocido por ser uno de los más antiguos de la zona, sino que ha logrado mantener el oficio por una tradición familiar.

“Desde los 15 años aprendí a sobar gracias a mi abuelo (José Murillo) y a mi padre que me llevaba desde pequeño para que mirara cómo cuadraban los huesos y así fui aprendiend­o”, manifiesta Harold Murillo, uno de los ‘tigrillos’, quien además asegura que la mayoría de pacientes que van a consultas es por estrés, caídas o descuajos.

“Hace 10 años vine buscando quién me sobara porque me abrí la mano y vi el letrero de El Tigre, me arrimé, entré, él me sobó y me la arregló. Ahora me está molestando el túnel del carpo, entonces confío en él y vengó cada vez que tengo un dolor”, expresa Anatilde Martínez, cliente del sobandero.

“Quiero dejar un legado, no solo a mis hijos para que sigan con este oficio, sino también a los ciudadanos, para que no dejen morir un trabajo que nació hace más de 50 años y lo hemos sacado adelante con las uñas”, finalizó Carlos Murillo, el último estudiante de la escuela de sobanderos del anfiteatro.

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FOTOS: MAURICIO LEÓN El dolor se refleja en la cara de cada paciente. Sin embargo, los sobanderos aseguran que después de los gritos se siente el alivio.
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CORTESÍA Hace 20 años Carlos Murillo trabaja de la mano con su familia.
 ?? MAURICIO LEÓN/ADN ?? En el año 2000 la Asociación de sobanderos logró su reubicació­n.
MAURICIO LEÓN/ADN En el año 2000 la Asociación de sobanderos logró su reubicació­n.

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