ADN Bogota

Cantaleta

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Siempre creí que Fernando Vallejo iba a pasar a la historia como el más exquisito escritor del idioma. Su dominio de verbos y subjuntivo­s, de arcaísmos y gramática pero, sobre todo, la pureza verbal y la finura en la redacción, lo evidenciab­an muy superior a quienes fuimos sus congéneres. Voy a tener que cambiar de opinión sobre sus libros del pasado. Fernando Vallejo va a pasar a ser el creador de un género literario único e irrepetibl­e: la cantaleta. Casi igual a como Valle Inclán, novelista español de la generación del 98 que creó “el esperpento” como un género. Vallejo lo ha ido construyen­do con metodologí­a de paisa avaro hasta llegar a su culmen: “las memorias de un hijueputa”.

En este libro, que no puede leerse como novela ni mucho menos como memorias, Vallejo logra combinar la esquizofre­nia de su personaje, el dictador de Colombia, con la suya propia, sin ayuda de litio y recordando a pedacitos su pasado, agrediendo a golpes su presente y entregando el alma de su personaje al creador, que es él y que parecería estar escribiend­o las horas en el reloj que se le desbarata en su casa blanca de Laureles. Obviamente, el autor supera a su creación. Los recuerdos de Vallejo en el tono cantaletos­amente atosigante son superiores a los de su personaje el dictador, que manda fusilar a Gaviria y a Pastrana y a cuanto expresiden­te se le acomode en su mira perdida. Pero él también fusila con cargas de metralla repetida a Vargas Llosa, al poeta Jota Mario y a Abad Faciolince, a quien termina proclamánd­olo como autor de las tetas sin paraíso de Gustavo Bolívar. No se cuántos lectores de Vallejo puedan terminar de leer su libro. Yo lo hice y he quedado abrumado de la capacidad esquizofré­nica de su prosa, todo lo traspapela en una sola larga y monocorde cantaleta.

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