Nada que aprendemos
Hace pocos días en el parque de un conocido barrio de la ciudad se armó un fuerte enfrentamiento de vecinos por algo tan sencillo como básico, la recogida de los excrementos de una mascota.
Lo cierto, es que el vecino que originó el choque lo hizo cansado de encontrarse con un parque extremadamente contaminado de excrementos que los dueños, en un acto de insolidaridad con su comunidad, no recogen.
Por casualidad, aquella mañana que el disciplinado señor salió a trotar por el parque, se encontró de frente con la vecina que admiró cómo su mascota hizo sus necesidades y, sin importarle nada más, emprendió su regreso a casa dejando lo que hizo en medio de una de sus calles. Esa actitud desató su furia.
Las agresiones que vinieron después del incidente, a las que se sumaron más vecinos, resultaron ser apenas una muestra de la intolerancia a este tipo de comportamientos y de la falta de diálogo entre miembros de una misma comunidad.
Lo cierto, es que entre las mismas comunidades no hay conocimiento del Código de Policía que multa por comportamientos como este. O, desafortunadamente, no le importa incumplir las reglas a pesar de estar en riesgo de tener un castigo económico, que este caso sería de $110.422.
Sin embargo, más allá de esperar un castigo, ¿porqué no privilegiar el respeto a la convivencia? Piénselo.