ADN Bogota

Labor con mucha tela para cortar

La sastrería vive por los amantes de vestidos a la medida.

- Ayda María Martínez

● La tradición de cortar paños ingleses con patrones a la medida, someter las piezas a largas jornadas de mojado para darle firmeza a la tela y coser con tanta experticia que el ajuste en los hombros y el cuello, así como la caída de la manga es perfecta, es un arte que muy pocos ejercen hoy en Bogotá.

De hecho, don Horacio Wilches puede decir hoy que es un sastre con todas sus letras, el oficio que se niega a dejar. No por suerte a sus 75 años, completa 63 de experienci­a pues la vida lo puso a los 12 años al servicio de un reconocido sastre de la ciudad en unas vacaciones para ayudar a su mamá con los gastos del colegio.

“Era un sastre bueno, con un local en la Calle 10, frente al Palacio de San Carlos, era un sastre de élite que les hizo trajes a políticos, senadores y diplomátic­os”, recordó.

Desde su tierna edad estuvo cerca de la élite capitalina que siempre buscaba el típico traje de tres piezas: chaqueta, chaleco y pantalón. El abrigo era una de las piezas favoritas de muchos cachacos para afrontar las frías temperatur­as que antes se experiment­aban.

Don Horacio pertenece a esa estirpe de artistas de la tela que, por la industrial­ización y los costos, ha caído en desuso. Sin embargo, las reformas y la confección de “uno que otro vestido o smoking”, lo mantienen vivo, dentro de su local en el centro.

“Ahora no hay nada de sastrería. Yo hago los sacos todavía. Le mezclo parte artesanal como aprendí hace 63 años. Por los materiales tocó industrial­izar, pero anteriorme­nte todo era a mano”, dijo.

Se trata de un servicio al que recurren muy pocos, por los costos, ya que la confección de un vestido de paño inglés a la medida puede tener un precio de tres millones de pesos. Don Horacio, aún recuerda cuando cobraba 110 pesos por sus primeros vestidos en los años 60.

“Las fábricas tienen un nivel de competenci­a en cuanto a precios, pero no en calidades. La prenda hecha en serie en una fábrica,

no es de la mejor calidad. Al ponerse el saco el señor, se le arruga, se recogen los forros”, detalló y lamentó que “los pelados de hoy prefieren el jean, la chaqueta de cuero y los suéteres”.

En sus mejores tiempos, un sastre promedio confeccion­aba entre 15 y 20 trajes al mes, unos tres vestidos a la semana. Muchos de esos clientes ya no están, pero don Horacio no deja de evocar aquellos tiempos.

“Me acuerdo de la elegancia de los clientes. La gente antes se sabía vestir. Un traje bien cortado, la combinació­n perfecta de los colores de la corbata con los de la camisa. Había mucha exquisitez. Eran los típicos cachacos, muy exigentes”.

El gusto por los trajes sin arrugas e impecables estuvo en muchos de nuestros líderes a los que don Horacio atendió. Él conserva fotos de clientes como Julio César Turbay o Misael Pastrana. A Álvaro Gómez Hurtado, le hizo uno de sus últimos trajes a la medida.

En sus máquinas, que tienen más de 50 años, él sigue apostando por los trajes a la medida que hoy se convirtier­on en un emblema de la artesanía y en herencia para el diseño local, a pesar de la existencia de materiales sintéticos que “se arrugan en una lavandería”. Son las explicacio­nes de la pasión por una labor que se refleja en la responsabi­lidad de hacer un trabajo que quede bien elaborado y cumplir, a pesar de la fama de incumplido­s de sus colegas.

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SOFÍA TRIBÍN / ADN Don Horacio usa máquinas fileteador­as para algnas labores, pero la mayor parte de la confección a la medida se hace a mano.
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Un traje perfecto no debe mostrar arrugas de ningún tipo.

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