Jóvenes protegen legado ancestral de la chicha
NUEVAS GENERACIONES IMPULSAN BEBIDA ANCESTRAL. ASÍ SE VIVIÓ EN SU FESTIVAL.
En el centro de la cancha del Parque Jorge Nova en el barrio La Perseverancia hay una pareja que baila. La lluvia torrencial que cae desde los cerros bogotanos no los ha detenido y siguen dando brinquitos frente al escenario, mientras ella sostiene la chicha en la mano izquierda y él sujeta una sombrilla con la mano derecha.
“Quédese, hombre, esto se compone”, dice uno de los animadores del Festival de la Chicha, la Vida y la Dicha, seguido de los gritos de aprobación de un público resguardado debajo de carpas y paraguas que sigue danzando.
Esta es la versión número 23 de una tradición que lleva más de treinta años. “Al principio se hacía cada dos años y comenzó como un bazar del grupo Los Vikingos, pero tuvo tanta dimensión que la Alcaldía Local se dio cuenta de la proyección que tenía. Por eso la tomaron como patrimonio cultural”, dice Carolina Briceño, una de las ‘chicheras’ del festival, realizado el 10 de noviembre.
“Lleve la pruebita”, invita Luis Álvarez, uno de los jóvenes emprendedores
ESPERANDO A QUE SE CALME EL TEMPORAL CON UN BUEN VASO DE CHICHA EN LA MANO.
que le ha apostado al negocio de sus padres. Las chicherías en ‘La Perse’ son un asunto de tradición generacional.
Ómar López nunca había probado la chicha y fue al festival para eso. Cuando le sirven el primer vaso lo lleva a la boca sin pensarlo y se emociona.
“Qué lástima la lluvia, pero bueno, se viene es a disfrutar un rato”, dice y recibe el segundo vaso, entonces suelta una risotada y comenta: “Está como buena, ojalá no me haga daño”.
Ángela Alarcón, productora de la chicha más famosa del festival: La Chicha
de Doña Leo, explicó que asisten desde el primer festival. “Soy portadora de una corona internacional”, dice orgullosamente mientras recuerda los innumerables premios y asistencias a festivales en los que ha participado.
“Lleva el nombre de mi madre porque somos herederos de una tradición que viene desde mi bisabuela. Ella tenía chichería en Anolaima, Cundinamarca, y se la dejó a mi abuela, quien le pasó la tradición a mi madre, doña Leo. Después la recibí yo, y el grupo de trabajo con el que estoy ahora son mis hijos”.