Codiciosos
Qué pena si me tildan de insensible e irrespetuosa, pero tomo la reciente muerte de Carlos Ardila Lülle, sexto hombre más rico de este país, según Forbes, como pretexto para reflexionar sobre lo estúpido de esta economía idólatra de codiciosos que lanzan migajas de sus fortunas a ciertas obras sociales tras amasarlas con métodos rastreros.
Y para que no me acusen de calumniadora, les pongo un ejemplo verificable. Según el portal de periodismo alternativo 'Los de abajo', en 2014 un grupo de indígenas Nasa ingresó de forma pacífica a un predio del ingenio azucarero Manuelita, propiedad de Ardilla Lülle. De inmediato llegaron los paramilitares a 'restablecer el orden' asesinándolos.
Por hechos relacionados “la Sala de Justicia y Paz decidió trasladar copias a la Fiscalía para que investigara a Gaseosas Postobón luego de que, Armando Madriaga Picón afirmara que esa empresa financió a un grupo de las Autodefensas Unidas de Colombia”.
Sin más que agregar, cedo el remate de esta columna a otro muerto; el lúcido poeta Gonzalo Arango (1939-1976), quien alguna vez escribió: “Nos enseñaron a ser el más grande, el más inteligente, el más rico; y en eso andamos desde que nacimos. Nos estamos matando y maltratando corriendo a una velocidad loca, para tratar de alcanzar al que nos hace sombra; y resulta que después de todo no alcanzamos a nadie. A lo sumo, somos sorprendidos en la carrera por la muerte. Única meta de los que viven en circulo vicioso. Precipitados de mente”.