Chillones
Alo largo de mi vida he visto chillar a los cafeteros. En mi infancia, cuando los trataban como subdotados, si el café subía en Nueva York, les quitaban un alto porcentaje de lo recibido para guardarlo dizque en un fondo para garantizar el precio en temporadas de abundancia del grano mundial. Pero como la plata era de ellos y no del tal fondo que manejaban cuatro gatos de la Federación o del Comité Nacional, los cafeteros chillaban.
Cuando la Federación pretendía que los cafetales del país fueran reemplazados por palos de morera o de naranja, los cafeteros chillaban. Y cuando el Pacto Mundial del Café se desbarató y los precios se fueron estabilizando a la baja y el café dejó de ser un buen negocio y los cultivadores del grano se empobrecieron, los cafeteros chillaron. Y cuando en las fincas no se volvieron a quedar los muchachos y ellas, poco a poco, fueron administradas y sembradas por los abuelos, el chillido de los cafeteros ya dejó de oírse porque las exportaciones de café no fueron ya la única fuente que traía dólares al país y la cocaína, el petróleo, el oro y las confecciones los reemplazaron con creces.
Pero como todo el país, unas 500 mil familias, siguen viviendo del café y no hay con que reemplazarlo y hay pueblos enteros que todavía giran alrededor del precio del grano, esta semana ya no chillaron los abuelos en las fincas sino el presidente de la Federación porque con el precio que hoy tiene el café en Nueva York, no hay derecho sino a chillar. Soluciones se han planteado pero hasta ahora la única que sirve de verdad es la que han ido sosteniendo y aumentando en el corregimiento de Bruselas en el Huila y en algunas otras veredas del país con los café especiales, manejados con laboratorios digitales, y que se venden con precios hasta 10 veces mayor.