Los relatos de un fotógrafo varado
Pandemia sorprendió a Emilio Rodríguez en India.
Mi nombre es Emilio Aparicio Rodríguez y soy un bogotano que lleva casi diez trabajando como fotógrafo y que, en 2018, cuando estaba por cumplir 30, decidí regalarme algo que sentí que me hacía falta: encontrar la magia de la vida. Así que, con los ahorros que tenía destinados para hacer una maestría, decidí irme a Islandia a ver las auroras boreales.
Pero, lo que empezó como un viaje de cumpleaños, terminó siendo mi proyecto de vida hasta ahora: Viajero del sol, un espacio web donde la gente puede ver mis fotos y escritos sobre los lugares que conozco, cada vez con menos dinero y buscando m{as experiencias.
Gracias a la plataforma de voluntariados para viajeros, World Packers, puedo extender mis viajes. Así, en Islandia, un país donde al mes te puedes gastar fácilmente 10 millones de pesos porque todo es muy costoso, pude quedarme tres meses aunque, de los 90 días, 57 los dediqué a ser voluntario en una granja donde tenía comida y hospedaje gratis. Ordeñaba vacas en una granja que estaba prácticamente congelada, cargaba baldes con agua, hacía labores domésticas, pero seguía viendo auroras boreales cada noche.
De ahí me fui para Kenia y Tanzania donde hice parte de un proyecto social con 16 niños a los que les enseñaba inglés, entre otras cosas. Regresé por un corto tiempo a Colombia, para ver a mi familia, y en 2019 emprendí la segunda etapa de Viajero del sol, esta vez, en India.
Llevo un año y casi seis meses en este país. El pasado febrero, me interné por un mes en el Himalaya, y me desaparecí del planeta. Donde estaba no había señal de ningún tipo. Lo único que escuchaba en las noticias era: “coronavirus, coronavirus”, pero lo demás estaba dicho en alguno de los 22 idiomas que se hablan en India y que desconozco.
Cuando finalmente regresé de las montañas, tenía una cantidad de mensajes preguntándome si tenía coronavirus. Llegué contra el mundo que, parecía, se estaba acabando, y todos estaban en pánico. Entendí qué era eso del coronavirus y empecé a pensar que estaba en India, el segundo país más poblado del mundo, donde hay 1.353 millones de personas y que si era un virus que se traspasa tan fácil, ¿qué iba a hacer cuando cerraran las fronteras?
Decidí moverme hacia Nueva Delhi, que es donde está la embajada y el consulado de Colombia. Logré aplicar a una segunda extensión de mi visa, y
de pronto dijeron: “En los próximos tres días cerramos fronteras”.
Duré una semana metido en un hostal esperando poder comprar un tiquete de vuelta a Colombia, cuando anunciaron que se iba a extender el aislamiento. Además, el primer ministro de India, Narendra Modi, advirtió que los extranjeros éramos los responsables de que el virus hubiera llegado al país. Entonces, se empezó a desarrollar una especie de xenofobia, cuando la gente en la India es la más linda, amable y servicial.
De un momento a otro fue todo lo opuesto, en algunas zonas a los extranjeros les escupen en la calle, a una amiga sueca, unos policías le apuntaron con un rifle advirtiéndole que no se acercara, en Mumbai expulsan a los extranjeros de donde están hospedados e, incluso, se sabe de casos de abuso sexual contra mujeres.
Decidimos unirnos por un grupo de WhatsApp y buscar que el Gobierno colombiano nos brinde ayuda humanitaria o consiga un vuelo de regreso. Sabemos que no es fácil, pero cuesta no sentir temor de que algo pase. Además, los recursos económicos se nos están acabando.
Por ahora, vivo el día a día. Comparto una habitación de hotel con una persona de Bangladesh. No tenemos dónde cocinar, así que solemos salir a comprar pastas instantáneas. Medito para mantenerme positivo y anhelo poder volver, porque en una emergencia como esta, estar cerca de las personas que amas es el mejor regalo, aunque sea cada uno en su casa, pero por lo menos en mi país.