Verosimilitud
He descubierto que no me gustan los finales de cuento. En estos días veía cómo todos los personajes de una serie terminaban ‘felices y comiendo perdices’ y eso me resultó extrañamente detestable.
La cuestión de fondo es que considero inverosímil que todo se solucione para bien. La vida no es así, no siempre se gana. Y precisamente por eso me gustan tanto los deportes, porque no necesariamente el mejor, el más fuerte o quien ha hecho más méritos es el vencedor. Como en el semestre pasado, cuando el Tolima le ganó la Liga al ultra favorito Nacional, en Medellín o cuando Ronda Rousey sucumbió ante una tremenda patada de Holly Holm y perdió el título femenino en peso gallo de la UFC.
Ya lo he expresado, siento simpatía por los más débiles, pero eso no me hace desestimar el trabajo y el esfuerzo de muchos campeones. Celebré, por ejemplo, la medalla de oro conseguida por el patinador Jhony Angulo en los Juegos Olímpicos de la Juventud de Buenos Aires, deportista al que pude entrevistar en la víspera de las justas y quien llevaba en la maleta sus ganas de triunfar y mi anhelo de que lo lograra. Me gustó esa victoria, como también la derrota del otrora ‘héroe’ Óscar Pistorius cuando se vistió de naranja como el villano que escogió ser.
En la vida real hay aciertos y desaciertos y un partido de la primera fecha de la Liga colombiana – en 1948 – lo resume a la perfección: Santa Fe y Deportes Caldas empataron a un gol, en un encuentro donde los de Manizales metieron un autogol y los capitalinos botaron un penalti.