River-Boca
Nunca antes una situación del fútbol había reafirmado con tanta contundencia lo descompuesta que está la sociedad. Y con sociedad no me refiero sólo al pueblo argentino, hablo de todos, porque la novela River-Boca no sólo retrató a Buenos Aires como “la ciudad de la furia” sino que nos presentó una inesperada cantidad de aves de presa – Infantino, los cataríes, Florentino y hasta estadounidenses y colombianos– luchando por un pedazo de carroña.
Le atañen a un grupo de hinchas ‘millonarios’ que el partido de vuelta de la Final de la Copa Libertadores no se haya podido disputar en el Monumental de Núñez, pero desconocen que tras el ataque también hubo autores intelectuales. Como instigadores actuaron Macri, presidente argentino, con su imposibilidad para restarle importancia a dos juegos de 90 minutos; la policía, incapaz de mantener el orden; los hinchas, que en su furia han armado una guerra en contra de unos colores en vez de defender juntos la suerte de su país; y la prensa, siempre la prensa, que elevó a la categoría de “final del mundo” un par de encuentros que pocos escogerían ver si tras ellos se acabase el fútbol.
Pero no sólo Buenos Aires se ve tan susceptible. Lo que pasó allí se puede repetir acá y en cualquier otro lugar del continente donde el presidente, la policía, los hinchas y la prensa tienen en común la ineptitud. Y donde existe una Conmebol interesada en venderse al mejor postor. Finalmente, al fútbol se jugará en Madrid, pero se seguirá sufriendo en Sudamérica.