Don Boris
Colombia no fue un país de inmigrantes. Aquí la Iglesia, que estructuró y mantuvo por 350 años el orden español con la inquisición y sus prohibiciones, no toleró la presencia extranjera salvo en focos como las minas de Riosucio y Marmato o las agrestes montañas santandereanas. Las persecuciones a los judíos en la Alemania hitleriana y en la Rusia Europea, abrieron una hendija de misericordia y algunos de esos perseguidos se asentaron aquí. Sobre la telaraña de ese recuerdo, Claudio Lomnitz, catedrático de la U. de Columbia, y estudioso de historia y antropología mexicanas, publica un libro en el Fondo de Cultura Económica sobre su familia y más de un trecho de esa telaraña es de Colombia. Cubriendo desde 1927 cuando Boris Milstein, su bisabuelo, llega a Tuluá desde Ucrania con la mitológica Pupy Milstein y sus otras dos hijas, hasta 1954, cuando se va muriendo en las manos de doña Dora Gutt, su última esposa, como consecuencia del golpe con una cacha de revólver que le pega Carlos Arbeláez, (uno de los pájaros de mis novelas), cuenta los ires y venires de las mujeres de ese tronco al tiempo que desarrolla la vida novelesca del yerno de don Boris, su abuelo materno Miguel Adler, judío de Besarabia, que fundó los colegios hebreos de Cali y Bogotá sin dejar de ser marxista ni de enorgullecerse de haber trabajado con Mariátegui en Lima.
Para tulueños como yo, que conocimos la fábrica de jabón de don Boris y descubrimos después cómo montó la primera APP para construir, cobrando peaje en la década del 40, la carretera a Fenicia en la cordillera occidental, este libro ‘Nuestra América’, que es historia, investigación y hasta novela, nos llena de orgullo y nos hace entender cuánto hicieron los judíos como Boris por Tuluá.