MALO AMLO
Quienes conocieron a Andres Manuel López Obrador (AMLO) como alcalde de la ciudad de México sabían no solo de su carácter izquierdista antiPRI, sino que tenía la mala costumbre de adoptar medidas sin medir consecuencias. Ahora ven a un mandatario que agudizó su falta de visión política y humana, y que no ha perdido su ideología de izquierda democratera y sigue defendiendo principios que a la hora de gobernar en este mundo lleno de ejemplos como los de Bolsonaro o Trump, se convierten en un estorbo.
AMLO tenía en mente acabar con uno de los flagelos que la laxitud de los antiguos gobiernos había dejado crecer a límites insospechados: la del ordeñamiento ilegal y peligroso de los oleoductos. En su primer mes tomó las medidas más drásticas sin prever que al hacerlos podía destapar la caja de Pandora. Ordenó el cierre del bombeo de combustible y ahí fue Troya. No midió ni el gasto ni la necesidad. La ausencia del combustible paralizó el tránsito, enardeció a los mexicanos que vieron galopar la inflación y se empanicaron por los precios de la comida pues los camiones cisterna para transportar el combustible apenas están apareciendo por estos días. En una de esas torpezas que da el desespero, volvieron a autorizar el bombeo a través del ducto en Hidalgo y cuando los habitantes de un pueblo que siempre había ejercido de ‘huachicolero’ (ordeñar del tubo), se enteraron, rompieron el oleoducto y empezó la rebatiña inculta. Trajeron al Ejército pero no autorizaron que envolviera en un cordón de seguridad el tubo porque según AMLO, el Ejército no puede reprimir al pueblo. Una chispa y 80 personas murieron. Lo peor vino después, las explicaciones del presidente fueron balbuceantes, la flojera advertible, y como los tubos siguen vacíos, las consecuencias económicas se dejan sentir.