El traje es nuestro
Las historias de la moda y cómo hemos llegado al uso de ciertas prendas son fascinantes.
En las biografías de Coco Chanel se advierte su molestia al usar falda en actividades como un juego de polo o un paseo en una góndola en Venecia. Ella, impetuosa y rebelde, tomó un pantalón del armario de su novio y decidió su nuevo atuendo. El resto es historia.
O que, durante la Primera Guerra Mundial, mientras los hombres se fueron al campo de batalla, las mujeres asumieron algunos de sus oficios y usaron sus pantalones para salir en bicicleta a entregar el correo o para sembrar los campos. ¡Gracias!
Hoy, cuando una y otra vez llevamos trajes de saco y pantalón como una suerte de reivindicación de derechos, de ejercicio de igualdad, de homenaje a las Sufragistas, o de sentimiento poderoso ante el rol de las ‘ working girls’, es inevitable pensar, con gratitud, en esas mujeres que se pusieron – en sentido literal– los pantalones e hicieron de esta prenda toda una declaración de intenciones y de principios.
Siempre que uso este ensamble o veo a una mujer de traje y chaqueta sonrío, porque sé todo el contenido que allí se revela. Toda la historia que se recoge en sus pliegues, que se traduce en sus mangas o en sus finas cinturas. Hoy, que son tendencia, no me canso de pedirles que tengan uno o más trajes en sus roperos, que los luzcan con toda la determinación y orgullo.