La reconciliación
Parece ser que es muy difícil reconciliarse. Al menos en ciertas circunstancias, sobre todo en aquellas en las que nos hemos sentido profundamente heridos y vulnerados. Nuestra historia colectiva cuenta con extensa narrativa de dolores y violencias que aún no se tramitan y que, en consecuencia, han impedido que sigamos construyéndonos en comunidad. Pareciera que nuestro tejido social está preso de una narrativa de odio, desconfianza y miedo, y que tenemos pocas herramientas para elaborar otros relatos que nos impulsen a vivir una historia distinta. Por supuesto que para reconciliarnos como sociedad, como pueblo, como comunidad, requerimos del reconocimiento de esos actos que nos han dañado y fragmentado, y del compromiso de sus actores de no repetirlos; pero también, de un distanciamiento que nos permita superar esa lógica en la que mi afectación particular está por encima de los sufrimientos y necesidades de los otros. Pienso en esto porque el 2020 nos está invitando a movilizarnos en torno a unas banderas que recojan al grueso de la sociedad colombiana y nos está haciendo un llamado hacia la transformación de nuestras realidades. Asumir este desafío implica volver a encontrarnos, inventarnos acuerdos y creer en ellos, nombrarnos de unas maneras que no estén cargadas del odio, explorar otras formas de construir vínculos sociales partiendo de las profundas y diversas diferencias que existen entre nosotros. Querámoslo o no, hacerle frente a la inequidad, la injusticia, la desigualdad y ubicar un horizonte común para el buenvivir pasa por reconciliarnos. Ojalá podamos hacerlo.