El aborto
Hay temas complejos que son difíciles de abordar si de lo que se trata es de tener una postura como sociedad. En el fuero más íntimo, que es el individual, cada uno tenemos una opinión sobre, por ejemplo, la eutanasia, el matrimonio entre personas del mismo sexo, la pena de muerte o el aborto. Muchos tendrán muy claro su pensamiento pero para algunos no resulta fácil optar por una opción que casi siempre se mueve en términos de absolutos: si o no. Las creencias, los valores, los deberes y derechos son apenas algunas de las dimensiones que se ponen en juego a la hora de decidir. Y justo en momentos en que la Corte Constitucional debe decidir sobre el tema del aborto, el debate está a la orden del día, exacerbado por el hecho ocurrido recientemente en Popayán en el que una madre, con el apoyo de una institución de salud, decidió abortar un bebé de siete meses de gestación. Yo soy decididamente Provida en el sentido de que creo que la vida es siempre sagrada. Esta misma reflexión hace que me oponga a las guerras, a la violencia en todas sus formas y a todo aquello que vulnere tanto la dignidad humana como el lugar que nos acoge: el planeta tierra. Sin embargo, la vida no se nos presenta en blanco y negro. En el caso del aborto he asumido como entendible que solo bajo condiciones excepcionales (no en ningún otro caso) una mujer pueda abortar, como ya sentenció la Corte hace varios años.
No creo que el aborto sea la solución a un embarazo no deseado ni que se pueda validar abiertamente como una especie de método de planificación. Pero al final no se trata de prohibiciones sino de consciencia sobre quienes somos.