Clases en el Pacífico llegan ‘cabalgando’
A LOMO DE CABALLO, PROFESORES AYUDAN A QUE NIÑOS DE ZONAS RURALES SIN EL MÍNIMO ACCESO A INTERNEEDAN SEGUIR ESTUDIANDO.
Con la pandemia del covid-19, la cotidianidad ha cambiado. Docentes y alumnos, por ejemplo, deben seguir día a día, enseñando y aprendiendo, pese a las adversidades que enfrentan.
La situación es más compleja en lugares recónditos donde la tecnología o los dispositivos electrónicos parecen ser cosas del futuro, por lo que los docentes deben esforzarse para evitar la deserción escolar.
Con sus 1,51 metros de estatura y 53 años, Luz América Quiñónez, rectora de la IE Pedro Fermín de Vargas, sede Pablo Neruda, debe montar un caballo con la ayuda de dos hombres que son sus escuderos durante una travesía de 7 horas por la selva húmeda del Pacífico, en jurisdicción de Dagua, Valle.
La docente recorre 23 km en motocicleta desde su casa, ubicada en la vereda el Cauchal, hasta el kilómetro 57, desde donde emprende la travesía. La misión de Luz América es evitar la deserción de los 209 estudiantes de primaria de la vereda el Digua, ubicada en la zona rural del Queremal.
Caminos empinados, fangosos y espesos atraviesan varios ríos hasta que Luz América llega a la vereda El Digua, donde la esperan sus estudiantes en sus casas debido a que las seis sedes educativas de la zona están cerradas por la pandemia.
“Esta es la tercera vez que me monto en un caballo, siempre les he tenido miedo y respeto”, revela la rectora, quien desde hace varios años tiene artritis y no le es fácil caminar.
Cargada entonces con sus botas pantaneras, sombrero aguadeño y varias guías educativas bien guardadas en su pequeño maletín, Luz cabalga acompañada del docente Oswaldo Ruiz, el funcionario de
Parques Naturales Walter Villada y el presidente de la Junta de Acción Comunal de la vereda el Digua, Uber Noguera.
Los caballos deben atra
vesar el río Digua pues no hay puente y es donde más firmes deben estar los pies en los estribos para evitar caer.
La vivienda construida por Noguera, y en donde vive con su esposa, María Leonor, y sus nietos, es el punto de reunión de los docentes con los niños que tuvieron que caminar cerca de una hora para cumplir la cita.
Angie Daniela tiene 14 años y es la mayor de los estudiantes. Ella dice que le gustaba más ir a la escuela, pues les enseñaban más temas y aprendían más fácil.
El comedor y la sala sirven de salón de clases en donde llegan, en fila india, Camilo, Yuliana, Ana y Leidy, Daniela, Angie, Jaiver, Henry y Luisa, los estudiantes que, con uniformes impecables hasta encima de la rodilla, exponen sus maquetas hechas en plastilina, tarea encomendada para hoy.