¡Fuerza, Univalle!
Hace años conocí a una muchacha estrato 20. Cuando su mamá me conoció, miró mis yines raídos, pelo largo y cara de aborigen; y me trató con el inevitable desprecio que sienten algunos privilegiados por los que consideran inferiores. Me preguntó qué hacía. Le dije que era estudiante de Univalle y me contestó: “Ah, los que tiran piedra”. Le ‘riposté', embebido de la soberbia que concede la razón, con el arrojo de mis 19 años y empujado por los herederos de Estanislao Zuleta: “No, los que tenemos conciencia social, no soportamos injusticias y nos comprometemos a cambiar el mundo”. La señora me lanzó una mirada asqueada, como seguramente miraba a sus empleada, y se marchó indignada. Recuerdo la anécdota porque la Cali blanca, de familias bien, con haciendas heredadas, que no fallan misa y sonríen en páginas sociales, sigue tratando a los estudiantes de Univalle como tirapiedras, revoltosos que no agradecen la educación que se les regala, igualados que no se resignan a servirles. Esa Cali que pone y quita políticos a su conveniencia y solo va a los barrios populares a comprar conciencias es la que mandó al Esmad a que violara la sacralidad de Univalle; más allá de los gases y el bolillo está la violencia con la que la fuerza bruta de la godarria anquilosada pretende imponerse a la juventud pensante e inquisitiva que exige una mejor sociedad. Eso les aterra, el valor, la rebeldía, la vitalidad de una juventud inteligente que los removerá de sus solios. Pero nada detendrá a los estudiantes, son la fuerza imparable, la frente digna, el futuro encarnado. Adelante, universitarios del mundo. Ustedes nos representan a todos.