El libro que hace honor a las tías
‘La Cisterna’, de Rocío Vélez, resalta el papel de esas familiares.
Gracias a mi tía Flor supe qué era el horóscopo, interpretaba todas las mañanas nuestros sueños; por ella conocí la emisora La Voz de Colombia, y las historietas que venían en los periódicos que todos los sábados nos llevaba a casa.
Con mi tía nos ocurrían las cosas más insólitas y misteriosas: siempre tocaba la puerta de la casa cuando mi madre empezaba a trapear, magia o embrujo, aunque parezca una broma, así era.
Quise más a mi tía Flor cuando conocí a la tía Celina en la novela La Cisterna, de la escritora antioqueña Rocío Vélez de Piedrahita. Las primeras líneas de esta historia me abrieron una puerta que ya no quise cerrar, me hicieron entrar al apartamento de Celina después de su muerte, donde pasó los últimos años sola y ciega, olvidada por toda su familia.
Desde que nació a la tía Celina le fue negada toda oportunidad de decisión en su casa. Al terminar el tiempo del colegio no quería un novio, quería estudiar; no quería casarse, quería trabajar; pero sus padres, hermanos y cuñadas la atajaron siempre, creían que “por su bien eso no podía hacerlo”, no estaría bien visto.
Mi tía Flor trabajaba y vivía sola, tenía su casa al lado de la nuestra, y la cuñada más cercana le ayudó a mi madre a criarnos. Podíamos ir y venir entre habitaciones y corredores, todo lo podíamos coger, tenía revistas por montones (…) Cosmopolitan era mi preferida.
Ese espacio, el pelo de mi tía y sus coloridos vestidos tenían un aroma especial que aún hoy recuerdo.
Estas dos historias tienen semejanzas que quizá muchos de ustedes también encontrarán en sus familias o en las de sus vecinos; esa tía que pasa su juventud y etapa adulta cuidando a los otros y encargándose de las obligaciones de los demás para suplir el tiempo que ellos no tienen.
Si la tía Celina no se quería casar era mejor que se hiciera a cargo de sus viejos, si no iba a tener hijos era mejor que cuidara a sus sobrinos.
De la manera más piadosa lo hizo. Protegió, limpió y rezó por todos. Al terminar las páginas la sentí rendida, se olvidó de sí misma. La tía Celina no encontró la puerta que la dejara salir de aquella cisterna.
Es aquí donde la literatura, y especialmente este libro, cobra una importancia que va más allá de leer un texto, nos invita a reflexionar sobre nuestra realidad y nuestro entorno, nos sentimos identificados. Sigo visitando a mi tía Flor y a diferencia de Celina, sé que ella sí encontró la puerta.