Esperar un milagro
La pandemia supera cualquier estimativo y por eso es difícil saber cuál es el scamino para resolver el problema que enfrentamos. Mientras nuestros dirigentes se enfrascan en reclamar quién sabe manejar mejor la crisis, las cifras evidencian la dura realidad, con un panorama desalentador: cada día se rompen récords de contagios y muertes, el desempleo está desbordado, no se logra implementar modelos adecuados para la educación y la productividad; en fin, estamos en una fase de prueba y error. Por otro lado, los bancos se muestran mezquinos, la corrupción campea, el Estado impone un modelo casi autoritario ante la falta de control de los poderes judicial y legislativo, las empresas se quiebran y las medidas del Gobierno son contradictorias frente al discurso de preservar la vida y la economía.
Nos acostumbramos a una ética representativa, por lo que creemos que los líderes elegidos son los únicos responsables de nuestra realidad; creo que llegó el momento de la ética participativa, donde es necesario que nos involucremos para sobrevivir como sociedad. Este es un llamado a que los empresarios, en lugar de perder productos los ofrezcan a precios muy bajos; a que los bancos hagan esfuerzos que reduzcan la crisis y no se lucren de ella. Clamo a la sociedad para que, sin necesidad de decreto, adopte protocolos de protección mutua que nos permitan coexistir sin detener la productividad.
Estamos haciendo las cosas a medias si esperamos que los demás resuelvan el problema, pues es más fácil culpar a otros si las cosas salen mal, que involucrarnos en aportar a una solución.