Un escondite verdadero
Una biblioteca aparenta ser un lugar inofensivo, por lo que su auténtico poder es muchas veces insospechado. Así le sucedió a Ana Frank y su familia, quienes se mantuvieron con vida 25 largos meses, gracias a que una estantería giratoria, camufló la existencia de la residencia trasera en la que se ocultaron de la guardia nazi.
A ella literalmente la salvaron los libros y las letras, no solo por la ingeniosa invención de la estantería-pasadizo –que hoy es la mayor atracción de su casa museo– sino porque además la escritura le ayudó a ordenar el caos incomprensible y hostil desatado por la Segunda Guerra Mundial.
Narrar las situaciones extremas de la vida es tal vez el acto más valiente que puede llevar a cabo un ser humano, es encarar la ferocidad del mundo y enfrentar su falta de sentido con la fe de que el relato de nuestra propia experiencia nos llevará al esclarecimiento. Nada es tan propio de la humanidad como la necesidad de narrar. Pensamos porque narramos o como dijo José María Merino: “somos el homo sapiens porque somos el homo
narrans”. Frank falleció junto a su hermana en los campos de concentración por esta misma fecha y a sus escasos 15 años dejó un testimonio que ha sido leído por millones de personas, reconocido como documento clave del horror del Holocausto y declarado por la Unesco como Memoria del Mundo. Ella es la gran narradora de la historia por encima de Scheherezade, porque no se conformó solo con leer para no morir, sino que escribió para convertirse en inmortal.