¡Baila, baila!
Regula los niveles de serotonina y dopamina, neurotransmisores indispensables para la alegría y el gozo por vivir.
Aparte de esto, está comprobado que previene la osteoporosis.
Los griegos nos lo regalaron y hasta hoy ha sido una práctica irremplazable para expresar la libertad de mente, cuerpo y alma.
En otras palabras, el baile es magia y no me refiero solamente a la danza artística, en que nos parece que hay que ser un verdadero gimnasta para realizar tales maniobras: en que la pareja es elevada por los aires.
No hay quizás en el mundo nada que refleje de manera más vívida la personalidad y lo que nadie expresaría de manera escueta, como lo que evidencia al bailar, el movimiento corporal.
Bailar embriaga y a la vez armoniza de manera integral cuando se lleva el compás, de tal manera que no hay en realidad mejores bailadores, sino personas que encantan a todos los presentes y se disfrutan así mismas.
Lo que pocos saben, es que existe una relación directa entre la música, el baile y las relaciones de pareja.
No todos llevan el ritmo en la sangre y nacer con sentido musical no es que sea indispensable para vivir, pero ayuda.
A los que no les gusta bailar, les parece que eso no es importante o simplemente nacieron con dos pies izquierdos, no solo se pierden de las mieles que contiene la danza, sino que se exponen a fracasar en los asuntos amorosos, ya que el baile es, para muchas etnias, la demostración vertical de lo que puede pasar en horizontal.
Bailar es arte y este no es vulgar, es sensual y eso es otra cosa.