Olimpiadas y democracia
Por estos días se realizan en Tokio,
Japón, los Juegos Olímpicos, y créanlo o no, son un censor mundial de avances o retrocesos en democracia. Por ejemplo, en años anteriores han dejado al descubierto el racismo, como cuando en plena Alemania nazi el afro estadounidense Jesse Owens ganó cuatro medallas en 1936 y al regresar a su país su triunfo fue despreciado por la política segregacionista imperante, casi tan horrible como la de Hitler, o en los juegos de México de 1968 cuando los atletas John Carlos y Tommie Smith, también afroamericanos, al subir al podio hicieron el saludo de los Black Panthers, movimiento radical de lucha por los derechos civiles, y también sufrieron el rechazo del gobierno y gran parte de la población blanca norteamericana.
Ahora, la polémica corre por cuenta del machismo, que siempre ha existido en la contienda, pero que al fin las mujeres, y algunos hombres de avanzada, enfrentan y rechazan.
Es el caso de la selección noruega femenina de balonmano que protestó porque fue multada al rehusarse a usar bikini o el escándalo que ronda hace cinco años al organismo rector de la gimnasia en EE. UU (USAG), pues el médico del equipo presuntamente ha violado a varias atletas y la USAG lo ha encubierto. En resumen, el 49 por ciento de quienes compiten en Tokio son mujeres y el feminismo se fortalece cada vez más. Entonces, la competencia tiene que ser justa y equitativa, por el bien de la humanidad.