Alo (Colombia)

REPORTAJE

El drama de la trata de personas

- por LessLy ALfonso TrujiLLo Fotos GuiLLermo ossA

Muchas pueden ser las razones para emprender un viaje: conseguir un buen trabajo, estudiar inglés, mejorar la posición laboral, vivir nuevas experienci­as... pero nunca la de ser víctima de trata de personas. En Colombia, según cifras del Ministerio del Interior, se presentaro­n 247 casos en los últimos tres años, un dígito importante que se suma a los miles de de mujeres, hombres y niños privados de su libertad que actualment­e hay en el mundo. “El 99 por ciento de los casos son invisibles, nadie sabe dónde están, pues se trata de un delito invisible que no distingue edad, género o posición social y que la mayoría de veces no es denunciado”, asegura Betty Pedraza Lozano, directora de la Corporació­n Espacios de Mujer.

¿Te imaginas vivir en hacinamien­to y en condicione­s indignas? ¿Ser obligada a consumir alcohol y probar todo tipo de drogas? ¿Ser una esclava sexual? Para la especialis­ta, esta problemáti­ca es una forma de esclavitud en tiempos modernos. “Te venden, te compran, te trasladan y te explotan. Los seres humanos pierden todo tipo de autonomía y libertad para tomar decisiones. En cuanto a las modalidade­s, el tráfico con fines de explotació­n sexual y trabajos forzados continúan siendo las más comunes, pero también existen otras como matrimonio­s forzados, pornografí­a o extracción de órganos”, revela.

A las instalacio­nes de la Corporació­n Espacios de Mujer, ubicadas en Medellín, arriban Carolina y Andrea*, dos madres cabeza de hogar, hoy en día empresaria­s, quienes fueron víctimas de estos vejámenes y nos contaron sus historias.

Un nuevo comienzo

El 24 de marzo del 2015, la vida de Carolina* se dividió en dos cuando siguiendo los consejos de su vecina tomó la decisión de viajar a Panamá. Se suponía que allí trabajaría en un restaurant­e. “La oferta llegó por una amiga que conocía hace mucho tiempo y con la que incluso tuve la oportunida­d de estudiar. Ella tenía unos familiares en Panamá, así que me propuso, teniendo en cuenta mis condicione­s económicas, irme para allá a buscar un mejor futuro”.

Luego de que le tramitaron los documentos y los tiquetes, llegó la fecha del viaje. Carolina estaba emocionada y feliz con la posibilida­d de darles un mejor futuro a sus dos hijos. “Cuando llegué a Panamá, me recogieron en el aeropuerto y me llevaron a una casa. Me dejaron tres días sola sin dinero, televisor, ni forma de comunicarm­e. Una vez regresaron, me dijeron: ‘Listo, ahora sí vámonos a trabajar’”. Pero lo que ella pensaba que era un restaurant­e resultó siendo un bar, y lo ella creía sería la mejor oportunida­d de su vida, resultó siendo el capítulo más doloroso. “Me quitaron el pasaporte y me dijeron que tenía que hacer todo lo que ellos quisieran o si no mi familia en Colombia iba a asumir las consecuenc­ias. Fui víctima de explotació­n sexual, sufrí maltrato físico y psicológic­o. Tenía que atender a los clientes, complacerl­os en todo lo que quisieran; sexo oral, cumplir todas sus fantasías y perversion­es”, confiesa.

Tres, cuatro, cinco... Carolina recuerda que en una misma noche tuvo que estar con más de diez hombres. No sabía si era de día o de noche y era obligada a consumir drogas y alcohol. “Alcanzábam­os a trabajar hasta 20 horas diarias. Solo íbamos a la casa a descansar y a dormir. Nunca me dieron un peso y lo que me daban se los tenía que devolver para pagarles el hospedaje, la ropa y la poca comida que nos daban”.

Después de dos años de vivir todo tipo de vejámenes, la antioqueña regresó a Colombia gracias a la ayuda de un cliente. De acuerdo con la directora de la Corporació­n Espacios de Mujer, la mayoría de casos que recuperan la libertad son gracias a los allanamien­tos policiales o porque alguien les ayuda. “Un día le conté todo lo que me pasaba a un señor de unos 35 a 40 años que siempre me buscaba. Él me quiso ayudar, así que pidió un permiso para que nos pudiéramos ver fuera del bar y cuando salí me subió en un taxi, le dio la dirección de la embajada al taxista y nunca más volví a saber de él”.

Nada ha borrado sus heridas. A veces los nervios y los malos recuerdos se apoderan de ella; sin embargo, Carolina afirma que sí es posible volver a empezar. “No hay que confiar tanto en la gente (cualquiera puede ser tratante) y siempre que nos hagan ese tipo de ofertas es importante indagar, buscar informació­n y asesorarse”, concluye.

Recuerdo que no nos podían ver de pie,

teníamos que bailar, invitar a los clientes a que tomaran y cumplir todo lo que ellos querían”.

“Nunca perdí la esperanza”

A los 23 años, Andrea* tenía infinidad de sueños: quería estudiar, comprar casa y lo más importante, sacar adelante a sus dos hijos. Sin embargo, la paisa nunca imaginó ser víctima de explotació­n sexual. “Fue en 1999. Estaba desemplead­a y las obligacion­es no daban espera. Una vecina me dijo que en España necesitaba­n varias meseras, que me fuera y que no me preocupara que mi familia iba a estar muy bien”, recuerda.

En vista de la desesperac­ión y de las pocas opciones laborales, Andrea acep- tó. No tenía dinero para los trámites de la visa ni para los tiquetes, sin embargo, su conocida le dijo que no se preocupara, que ella le prestaba la plata y que después le pagaba. “Me dijo que no le contara a nadie porque había mucha gente envidiosa y que después las cosas no me salían. Pensaba que era una oportunida­d que no podía desaprovec­har”.

A su llegada a Madrid, le quitaron los documentos y con ellos todas sus ilusiones. Andrea fue obligada a ejercer la prostituci­ón. “Vivíamos en unos cuartos muy pequeños. Era un hacinamien­to. La comida era muy restringid­a, nos cobraban la ropa y a veces nos obligaban a estar sin condón. A muchas también nos inyectaban droga y teníamos que beber alcohol para incitar a los clientes a que bebieran”.

No había llanto, súplicas o peticiones que valieran. Trabajaba más de 18 horas del día, de domingo a domingo y sin ningún tipo de remuneraci­ón. “Si no hacíamos lo que ellos querían nos pegaban, no nos daban comida y nos amenazaban con hacerle daño a la familia. Nosotras buscamos estrategia­s para escaparnos, pero era prácticame­nte imposible porque siempre estábamos vigiladas. Una vez nos dijeron que habían asesinado a una compañera que había intentado escaparse y fuimos testigos de cómo a una de ellas le practicaro­n un aborto en condicione­s indignas”.

En el 2002, gracias a la ayuda de un cliente, recuperó su libertad luego de tres años de dolor, soledad y tristeza. “Mi motivación siempre fue mi familia. Soñaba con regresar y empezar una nueva vida al lado de ellos. Se me presentó la oportunida­d y no la desaprovec­hé”.

Hoy en día, gracias al apoyo de organizaci­ones como Espacios de Mujer, la paisa tiene una peluquería, vive tranquila junto a sus hijos de 21 y 17 años, recordando el pasado, pero disfrutand­o el presente. “Fue un episodio muy difícil, pero es posible salir adelante. Este es un proceso largo que requiere atención psicológic­a y ayuda permanente. Es necesario identifica­r cuáles son las motivacion­es en la vida e ir en busca de ellas”, finaliza.

Después de varios años tuve la necesidad y la valentía de contarle todo a mi familia. Ellos han sido un apoyo para mí”.

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Actualment­e, Carolina tiene un almacén de ropa, perfumes y accesorios.
 ??  ?? Gracias a su esfuerzo y a su deseo de salir adelante, Andrea estudió técnicas de belleza y maquillaje. Hace cinco años creó su peluquería.
Gracias a su esfuerzo y a su deseo de salir adelante, Andrea estudió técnicas de belleza y maquillaje. Hace cinco años creó su peluquería.

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