REPORTAJE
El drama de la trata de personas
Muchas pueden ser las razones para emprender un viaje: conseguir un buen trabajo, estudiar inglés, mejorar la posición laboral, vivir nuevas experiencias... pero nunca la de ser víctima de trata de personas. En Colombia, según cifras del Ministerio del Interior, se presentaron 247 casos en los últimos tres años, un dígito importante que se suma a los miles de de mujeres, hombres y niños privados de su libertad que actualmente hay en el mundo. “El 99 por ciento de los casos son invisibles, nadie sabe dónde están, pues se trata de un delito invisible que no distingue edad, género o posición social y que la mayoría de veces no es denunciado”, asegura Betty Pedraza Lozano, directora de la Corporación Espacios de Mujer.
¿Te imaginas vivir en hacinamiento y en condiciones indignas? ¿Ser obligada a consumir alcohol y probar todo tipo de drogas? ¿Ser una esclava sexual? Para la especialista, esta problemática es una forma de esclavitud en tiempos modernos. “Te venden, te compran, te trasladan y te explotan. Los seres humanos pierden todo tipo de autonomía y libertad para tomar decisiones. En cuanto a las modalidades, el tráfico con fines de explotación sexual y trabajos forzados continúan siendo las más comunes, pero también existen otras como matrimonios forzados, pornografía o extracción de órganos”, revela.
A las instalaciones de la Corporación Espacios de Mujer, ubicadas en Medellín, arriban Carolina y Andrea*, dos madres cabeza de hogar, hoy en día empresarias, quienes fueron víctimas de estos vejámenes y nos contaron sus historias.
Un nuevo comienzo
El 24 de marzo del 2015, la vida de Carolina* se dividió en dos cuando siguiendo los consejos de su vecina tomó la decisión de viajar a Panamá. Se suponía que allí trabajaría en un restaurante. “La oferta llegó por una amiga que conocía hace mucho tiempo y con la que incluso tuve la oportunidad de estudiar. Ella tenía unos familiares en Panamá, así que me propuso, teniendo en cuenta mis condiciones económicas, irme para allá a buscar un mejor futuro”.
Luego de que le tramitaron los documentos y los tiquetes, llegó la fecha del viaje. Carolina estaba emocionada y feliz con la posibilidad de darles un mejor futuro a sus dos hijos. “Cuando llegué a Panamá, me recogieron en el aeropuerto y me llevaron a una casa. Me dejaron tres días sola sin dinero, televisor, ni forma de comunicarme. Una vez regresaron, me dijeron: ‘Listo, ahora sí vámonos a trabajar’”. Pero lo que ella pensaba que era un restaurante resultó siendo un bar, y lo ella creía sería la mejor oportunidad de su vida, resultó siendo el capítulo más doloroso. “Me quitaron el pasaporte y me dijeron que tenía que hacer todo lo que ellos quisieran o si no mi familia en Colombia iba a asumir las consecuencias. Fui víctima de explotación sexual, sufrí maltrato físico y psicológico. Tenía que atender a los clientes, complacerlos en todo lo que quisieran; sexo oral, cumplir todas sus fantasías y perversiones”, confiesa.
Tres, cuatro, cinco... Carolina recuerda que en una misma noche tuvo que estar con más de diez hombres. No sabía si era de día o de noche y era obligada a consumir drogas y alcohol. “Alcanzábamos a trabajar hasta 20 horas diarias. Solo íbamos a la casa a descansar y a dormir. Nunca me dieron un peso y lo que me daban se los tenía que devolver para pagarles el hospedaje, la ropa y la poca comida que nos daban”.
Después de dos años de vivir todo tipo de vejámenes, la antioqueña regresó a Colombia gracias a la ayuda de un cliente. De acuerdo con la directora de la Corporación Espacios de Mujer, la mayoría de casos que recuperan la libertad son gracias a los allanamientos policiales o porque alguien les ayuda. “Un día le conté todo lo que me pasaba a un señor de unos 35 a 40 años que siempre me buscaba. Él me quiso ayudar, así que pidió un permiso para que nos pudiéramos ver fuera del bar y cuando salí me subió en un taxi, le dio la dirección de la embajada al taxista y nunca más volví a saber de él”.
Nada ha borrado sus heridas. A veces los nervios y los malos recuerdos se apoderan de ella; sin embargo, Carolina afirma que sí es posible volver a empezar. “No hay que confiar tanto en la gente (cualquiera puede ser tratante) y siempre que nos hagan ese tipo de ofertas es importante indagar, buscar información y asesorarse”, concluye.
Recuerdo que no nos podían ver de pie,
teníamos que bailar, invitar a los clientes a que tomaran y cumplir todo lo que ellos querían”.
“Nunca perdí la esperanza”
A los 23 años, Andrea* tenía infinidad de sueños: quería estudiar, comprar casa y lo más importante, sacar adelante a sus dos hijos. Sin embargo, la paisa nunca imaginó ser víctima de explotación sexual. “Fue en 1999. Estaba desempleada y las obligaciones no daban espera. Una vecina me dijo que en España necesitaban varias meseras, que me fuera y que no me preocupara que mi familia iba a estar muy bien”, recuerda.
En vista de la desesperación y de las pocas opciones laborales, Andrea acep- tó. No tenía dinero para los trámites de la visa ni para los tiquetes, sin embargo, su conocida le dijo que no se preocupara, que ella le prestaba la plata y que después le pagaba. “Me dijo que no le contara a nadie porque había mucha gente envidiosa y que después las cosas no me salían. Pensaba que era una oportunidad que no podía desaprovechar”.
A su llegada a Madrid, le quitaron los documentos y con ellos todas sus ilusiones. Andrea fue obligada a ejercer la prostitución. “Vivíamos en unos cuartos muy pequeños. Era un hacinamiento. La comida era muy restringida, nos cobraban la ropa y a veces nos obligaban a estar sin condón. A muchas también nos inyectaban droga y teníamos que beber alcohol para incitar a los clientes a que bebieran”.
No había llanto, súplicas o peticiones que valieran. Trabajaba más de 18 horas del día, de domingo a domingo y sin ningún tipo de remuneración. “Si no hacíamos lo que ellos querían nos pegaban, no nos daban comida y nos amenazaban con hacerle daño a la familia. Nosotras buscamos estrategias para escaparnos, pero era prácticamente imposible porque siempre estábamos vigiladas. Una vez nos dijeron que habían asesinado a una compañera que había intentado escaparse y fuimos testigos de cómo a una de ellas le practicaron un aborto en condiciones indignas”.
En el 2002, gracias a la ayuda de un cliente, recuperó su libertad luego de tres años de dolor, soledad y tristeza. “Mi motivación siempre fue mi familia. Soñaba con regresar y empezar una nueva vida al lado de ellos. Se me presentó la oportunidad y no la desaproveché”.
Hoy en día, gracias al apoyo de organizaciones como Espacios de Mujer, la paisa tiene una peluquería, vive tranquila junto a sus hijos de 21 y 17 años, recordando el pasado, pero disfrutando el presente. “Fue un episodio muy difícil, pero es posible salir adelante. Este es un proceso largo que requiere atención psicológica y ayuda permanente. Es necesario identificar cuáles son las motivaciones en la vida e ir en busca de ellas”, finaliza.
Después de varios años tuve la necesidad y la valentía de contarle todo a mi familia. Ellos han sido un apoyo para mí”.