Nunca rendirse Perder
el trabajo, Perder un hijo, Perder la movilidad... estas son situaciones que nos Ponen a Prueba. sin embargo, cuando se suPeran, demuestran que siemPre se Puede seguir adelante, con una buena dosis de esPeranza.
{ D}Diariamente, enfrentamos una ru- tina que incluye trabajo, estudio, diligencias y un sinfín de tareas. Nuestra agenda no admite impre- vistos, fracasos ni mucho menos tra- gedias. Sin embargo, la adversidad no necesita invitación para tocar a nuestra puerta. Puede hacerlo en cualquier momento y nos deja dos opciones: sucumbir a la tristeza, la desolación y la rabia o, por el con- trario, reunir todo nuestro coraje, seguir adelante y, de ser necesario, hacer borrón y cuenta nueva.
Así lo demuestran estas tres his- torias de personas que enfrentaron dolorosas pérdidas y se resistieron a la tentación de rendirse. Se aferra- ron a su familia, a su fe, a su valen- tía y ahora la vida los recompensa.
Una fe inquebrantable
En los primeros meses del 2017, los días de la diseñadora de modas Kelly Lozano no podían ir mejor. A los 24 años, estaba casada con el amor de su vida, el arquitecto Daniel Cubillos, las ventas de su boutique estaban creciendo y cada vez más personas se inte- resaban en su trabajo.
Una mañana, la lluvia impidió que esta joven creadora usara su bicicleta para ir a la iglesia, y su esposo se ofreció a llevarla en la moto. Recorrían la autopista Norte, a la altura de la estación de Transmilenio de Prado, y Daniel cambió de carril, pero un desnivel en la vía hizo que solo pasara la primera llanta.
“La segunda llanta chocó con un altibajo y yo salí volando por los aires. Caí muy fuerte sobre mi columna, entonces no pude mover- me y empecé a llorar desespera- da (...)”, dice Kelly, mientras revi- ve el accidente en su memoria. Recuerda que pronto llegó una ambulancia y la llevó a la Clíni- ca Reina Sofía. Allí los minutos parecían eternos, mientras su madre y su esposo recibían las peores noticias: era poco proba- ble que Kelly sobreviviera, y aun si lo lograba, no volvería a cami- nar, ya que tenía una fractura en la vértebra T8 y esta le produjo una parálisis en sus miembros inferiores.
Sin embargo, la fortaleza de Kelly tomó el mando. Ingresó a una cirugía, que según le dijeron
podía tardar hasta 16 horas, pero en su caso solo se demoró cuatro. Ni los médicos ni las en- fermeras podían creer que con una lesión tan grave su cuer- po respondiera tan bien a los esfuerzos por salvarla. Incluso le dieron de alta en un tiempo récord de dos semanas.
“Obviamente, fue un choque duro, pero dije 'Dios, ayúdame, no me voy a dejar derrumbar por esto. Tengo que salir ade- lante'. Y así fue”, afirma la joven, y añade que asumir su nueva realidad no fue fácil, pero el amor de su esposo, su familia y la comunidad cristiana que la rodea le dieron fuerza. Ingre- só a terapias de rehabilitación, aprendió a conducir su silla de ruedas eléctrica y continuó con su vida, sin que su nueva con- dición la definiera.
En un sueño, Kelly recibió el mensaje de que algún día vol- vería a caminar, y dice estar convencida de que sus progre- sos cotidianos la acercan a esa promesa: “Mi motivación para todo es Dios. Siempre me he afe- rrado a Él y me ha respondido con muchas cosas. Por ejemplo, los médicos me decían que no volvería a sentir mis piernas y yo las siento”.
Diariamente, esta empren- dedora se concentra en sus di- seños y en sus videos, ya que hace pocos meses se lanzó como 'youtuber'. En su canal compar- te tips sobre maquillaje, moda y belleza, y espera utilizar este medio para inspirar a otros con su historia. "No puedo decir si voy a pararme en poco o mu- cho tiempo (...) pero mientras tanto vivo tranquila porque lo tengo todo", concluye Kelly con una sonrisa.
La magia del ʻsíʼ
Miguel Ángel Escobar Montoya es un coach espiritual de 52 años que conoce muy bien la dulzura del éxito, pero también la amargura del fracaso. Esos han sido ingredientes claves en su receta para alcanzar la paz interior y no temerle a comen- zar desde cero.
Este bogotano e ingeniero de elec- trónica y telecomunicaciones se casó en 1991 y en 1995 creó su propio ne- gocio de soluciones tecnológicas cor- porativas. Su familia creció con dos hijos (Daniela y Santiago), su compa- ñía recibió una certificación de IBM y, en resumen, parecía que tenía una vida perfecta. Sin embargo, el empre- sario estaba en la cima de un castillo de naipes que se desplomaría.
En el 2002, Escobar Montoya vio cómo su matrimonio terminaba, y no precisamente en los mejores tér- minos, así que se dedicó de lleno a su empresa. Esta llegó a facturar 6.000 millones de pesos al año y dio bue- nos resultados hasta el 2005, pero los inversionistas estaban dudando, las cifras decayeron y en el 2007 lle- gó la quiebra.
La siguiente parada de este ingenie- ro fue una habitación con baño com- partido arrendada, en la que, según recuerda, solo cabían él y sus cajas de contabilidad: “Ese era mi paisaje: no una pared donde podía colgar un cua- dro, sino una fila de cajas aquí, otra fila de cajas allá y una cama sencilla en medio (...) Yo lloraba, me pregun- taba y pasaba unas noches eternas”.
Entonces, un domingo cualquiera apareció su sobrino Óscar Andrés Escobar y le abrió una nueva puer- ta. Le pidió que lo acompañara a un evento laboral y lo animó a dar una charla, lo cual marcó el inicio de su nueva carrera. Miguel Ángel empe- zó a estudiar en las noches para ser facilitador, y en el día se dedicaba a com- prar y vender mercancía, pintar, manejar o cualquier trabajo que le dieran.
Tres años más tarde, recibió su diploma y obtuvo un empleo en la compañía que lo capacitó. Luego cursó una maestría en ingeniería mental, se certificó en coaching espiritual y nuevamente se animó a labrar su propio camino. Creó su proyecto ‘Amar y la magia del sí’, que según explica nació al comprender que “(...) después de un ‘sí’ pasan cosas; el ‘no’ te ancla a tu momento y de ahí no te mueve nadie”. A este taller se le sumaron otros, como ‘Reconexión’, que trabaja la paz interior, y ‘HaSer Pareja’, que permite reflexionar sobre la relación con uno mismo y con los demás.
Actualmente, Miguel Ángel tiene la cer- teza de que ha vivido lo que tenía que vivir: “Si no hubiera pasado por eso, no estaría donde estoy. Estaría quizás en un hoyo más profundo”, asegura. A sus estudian- tes, amigos, familiares y a todas las per- sonas que le preguntan por su experiencia de vida, hoy les dice: “Hay luz, penumbra y oscuridad. Si uno llega a la oscuridad, es chévere. Lo que no es chévere es que- darse a vivir ahí”.
El amor de una madre es tan grande que duele.
Yo se lo digo a otras mamás y todas me entienden”.
AlejAndrA restrepo
Un milagro de amor
En el 2012, tras un noviazgo de dos años, Alejandra Restre- po y Javier Becerra se casaron. Los dos eran administradores de empresas, compartían su dedicación al trabajo y estaban profundamente enamorados. La pareja buscó un embara- zo durante mucho tiempo sin obtener resultados, por lo que accedió a un tratamiento de fertilidad, que finalmente les dio buenas noticias: tendrían dos niñas. Esas pequeñas se llamarían Amelia y Emiliana, y fueron motivo de alegría e ilusión durante cinco meses, hasta que fallecieron por un aborto espontáneo.
“En esa situación entran mu- chas culpas, pero ante todo, un silencio infinito”, asegura Ale- jandra, ya que pasó varias sema- nas sin ver a nadie más que a su madre y a su esposo, a quienes les dirigía muy pocas palabras. Entonces vinieron una serie de coincidencias o, como la paisa les llama, ‘Diosidencias’, que les ayudaron a sanar y recobrar la esperanza. Una de ellas fue la historia de un taxista, que sin conocerlos les contó que ha- bía pasado por una experiencia similar y finalmente se había convertido en padre.
Tiempo después, Alejandra y Javier lograron concebir nueva- mente y le dieron la bienvenida a una bebé prematura a la que llamaron Martina. La pequeña, que pesaba apenas 2.340 gra- mos y medía 46 centímetros, luchó ferozmente por sobrevivir desde el primer momento. No solo sufrió un neumotórax que ocasionó el rompimiento de los alvéolos de sus pulmones, sino que también presentó una hipoxia cerebral, lo que significa que su cerebro no recibió suficiente oxígeno.
Durante ocho días, Martina no estuvo en los brazos de su madre, sino en una cámara con respiración artificial y con un tubo que drenaba fluidos y aire de su tó- rax. “Yo pasaba las 24 horas junto a esa incubadora. Me levantaba solo cuando hacían cambio de turno de enfermeras”, relata Alejandra, quien comenzó una ca- dena de oración por la salud de su bebé, que incluyó a amigos, familiares y perso- nas cercanas.
Un día, los médicos la llamaron a ella y a su esposo para comunicarles que a pe- sar de su fragilidad, la pequeña se había arrancado el tubo y debían hacerle una cirugía. Pero las radiografías revelaron que los pulmones de la bebé se estaban reconstituyendo, lo que para ellos signi- ficó un verdadero milagro. El siguiente desafío fue la recuperación de la hipoxia cerebral, que podía traerle consecuencias como límites en la movilidad e incluso una parálisis cerebral. No obstante, la dedica- ción de sus padres y la efectividad de las terapias Vojta le permitieron desarrollar- se de manera normal.
En los próximos días, Martina cumpli- rá tres años, y Alejandra no podría estar más feliz al respecto. Pero no ha dejado en el olvido su experiencia. La compar- te con otras madres y se dedica a darles apoyo en los momentos difíciles que ella conoce tan bien. Para esta mujer, cuan- do sucede una desgracia “hay una etapa de negación, pero uno se tiene que llenar de valor y no tener miedo (...), aferrarse a la pareja o a los seres queridos para salir adelante y nunca perder la fe”, concluye.