reportaje
H istorias detrás del cáncer
Si bien existen factores de riesgo como superar los 40 años, tener antecedentes de cáncer en la familia y tener una exposición prolongada a los estrógenos, el cáncer de seno puede atacar a mujeres jóvenes que no tienen ninguna de esas características. Cifras de la Liga Colombiana Contra el Cáncer indican que más de 6.600 colombianas se ven afectadas por la enfermedad cada año y que aproximadamente 1 de cada 17 puede desarrollarla durante su vida.
Sin embargo, hay esperanza: el oncólogo John Marulanda explica que si esta enfermedad es detectada en un estadio temprano, existe un 80 por ciento de probabilidades de sobrevivir, en el caso de las mujeres. Por estas razones, Marulanda insiste en las indicaciones de detección temprana: autoexamen periódico para que se noten cambios, examen clínico por parte de personal especializado y mamografía cada año, o con mayor frecuencia cuando así lo ordene el médico.
El optimismo Es El camino
Carcinoma ductal infiltrante. Tumor maligno. Estas cinco palabras le dieron un vuelco a la vida de Diana Jaramillo el 2 de febrero del 2014. La ingeniera industrial, que en aquel momento tenía 33 años, reclamó el resultado de una biopsia de su seno izquierdo y salió del laboratorio, ubicado en el norte de Bogotá, para llamar a su médico. Ahí recibió una respuesta que sacudió su mundo: padecía cáncer.
Tres meses atrás había descubierto una bolita “del tamaño de una arveja”, según describe ella, en uno de sus senos. Entonces tuvo que esperar varias semanas para ser remitida a un mastólogo y acceder a un examen concluyente, pero mientras eso sucedía el tumor no daba tregua. Siguió creciendo hasta alcanzar siete centímetros de diámetro, para clasificarse en estadio 3 y provocar el mayor miedo e incertidumbre.
Con el diagnóstico en sus manos y los ojos cargados de lágrimas, Diana se preparó para darles la noticia a sus padres la semana siguiente, en la casa donde creció. En esa misma finca –ubicada en el municipio de El Rosal, Cundinamarca– se quedó durante todo su tratamiento, luego de dejar su residencia y su trabajo como gerente en un banco de la capital.
A mediados de marzo comenzaron las quimioterapias, primero una por semana, después una cada 21 días, y el fantasma de la muerte rondaba su cabeza todo el tiempo. “Todos nos vamos a morir, pero con la enfermedad uno lo ve como algo inminente”, afirma la ingeniera. Sin embargo, fue recobrando la esperanza gracias al apoyo y a las historias de sus compañeros en la sala de tratamiento. Pensaba que todo podía ser peor, que su caso no era el más grave y que el dolor y la debilidad no iban a durar para siempre.
Tenía el amor y el apoyo incondicional de sus padres, así como dos poderosas armas: fe y optimismo. A ellas se aferró mientras los síntomas como vómito, adormecimiento y dolor en los huesos le hacían perder la noción del tiempo. El 12 de agosto terminó ese capítulo y le llegó el momento de prepararse para una mastectomía del seno izquierdo. Luego vino la rehabilitación y con ella el proceso de retomar sus sueños.
“Después de superar un cáncer, uno quiere enfocarse en otra cosa. Volví a trabajar en junio del 2015 y comencé a planear un viaje a Londres que se hizo realidad en mayo del 2016”, recuerda Diana. En ese momento había retomado la comunicación con un compañero de la universidad, que a su regreso del viaje la recibió con la propuesta de una relación seria.
Ese hombre que se enamoró de ella y de cada una de las secuelas que le dejó la
enfermedad es hoy el padre de su hijo, Mateo, quien vino al mundo el pasado 22 de septiembre. Y ese amor incondicional de su pareja y su pequeño han terminado de cerrar las heridas que seguían vigentes. A sus 37 años solo conserva las lecciones de ese maestro que fue el cáncer y las comparte con otras mujeres: “Lo más importante es que en su cabeza y en su corazón pongan toda la energía positiva para superar eso. Siendo optimista uno puede salir adelante. Uno es más fuerte que la enfermedad”, concluye.
La solidaridad como tratamiento
Ni el espejo, ni sus ojos, ni su tacto podían mentir. Comenzaba el año 2017 y Sara González*, una empresaria de 56 años, palpaba claramente una masa en su seno izquierdo. Sabía que debía acudir a un médico con urgencia, pero estaba paralizada por el miedo: “Mi mamá pasó por dos procesos oncológicos y es sobreviviente. Pero mi papá también pasó por eso y falleció, así que en mi balanza estaba que se puede y que no se puede”, explica la bogotana.
El tamaño del tumor no daba espera, por lo cual Sara se obligó a buscar ayuda, le practicaron una cirugía y comenzó un ciclo de quimioterapias para ganarle la carrera a la enfermedad. Siguió el consejo de su oncóloga de llevar una alimentación completamente natural y asistió juiciosamente a ocho terapias con las que perdió todo su cabello, una muestra de que estaban funcionando.
Rápidamente llegaron los dolores, la molestia ante la luz, la inapetencia, los problemas de visión y el profundo impacto de no reconocer su reflejo. No obstante, en medio de ese oscuro horizonte conoció un programa para pacientes en tratamiento oncológico con el que volvió a sonreír.
La empresaria nunca se había interesado en el maquillaje, ese era un tema que había resuelto años atrás con una línea tatuada en el párpado inferior, pero en los talleres de ‘Luzca bien, siéntase mejor’, la maquilladora voluntaria Laura Beltrán le enseñó a dibujar sus cejas, a hidratar su rostro y a disimular las bolsitas en los ojos y la palidez que delataban su estado de salud. Esos espacios le permitían pensar en algo más que sus medicinas, sus citas con el oncólogo y sus molestias físicas.
Su proceso continuó con treinta sesiones de radioterapia, y poco a poco fue recuperando la vitalidad y la autoestima. Cuanto mejor se sentía, más deseaba ayudar a otras mujeres en su misma situación, por lo cual decidió apuntarse como voluntaria en los talleres. Y meses más tarde, en octubre, recibió la noticia que tanto anheló: había triunfado en su lucha contra el cáncer.
Actualmente, Sara trabaja medio tiempo, ya que una de las mayores lecciones que le dejó su enfermedad fue dedicarse a ella misma, no solo a su empleo y a los demás. “Uno queda calvo y pierde ciertas cosas
Yo lo logré. Terminé mi tratamiento y estoy sana disfrutando una nueva vida” SARA GONZÁLEZ * EMPRESARIA
durante el tratamiento, pero así es como uno vino a la vida: un bebé nace calvo, no tiene cabello y empiezan a crecerle las pestañas. Entonces, el cáncer para mí fue un renacer. Siempre de la mano de Dios, los médicos y el programa”, asegura la bogotana.
*Nombre cambiado a petición de la fuente.
Más allá de las estadísticas
“Tú eres una persona joven, te van a aprobar la cirugía rápido”, le decían las enfermeras a Beatriz Echeverría mientras se preparaba para que le tomaran una biopsia diagnóstica. Era noviembre del 2017 y la barranquillera, que vivía hace más de una década en Bogotá, no entendía de qué le estaban hablando. Se sentía mejor que nunca, había perdido peso y estaba disfrutando la mejor etapa de su vida: la maternidad.
En enero de ese año había dado a luz a su amada Verónica, que se había convertido en el centro de su vida. Desde el principio, Beatriz tuvo la intención de alimentarla con leche materna, pero algo no se lo permitía. Incluso recurrió a enfermeras para que le enseñaran a hacerlo correctamente, y tampoco dio resultado.
Un día cualquiera, esta ingeniera de sistemas de 36 años sintió una anomalía en un seno y se dispuso a averiguar de qué se trataba. Jamás se imaginó que era un tumor cancerígeno, pero así lo confirmaron los resultados de la biopsia.
“Todas las personas viven el proceso de manera distinta y tienen motivaciones diferentes”, afirma Beatriz, y su reacción ante el diagnóstico lo comprobó. No se tomó siquiera un par de horas para digerirlo y empezó a buscar la solución de inmediato. El punto de partida eran las quimioterapias, que ayudarían a reducir el tamaño del tumor para luego poder extraerlo, así que alertó a sus amigos y familiares sobre los cambios físicos que vendrían: “Estoy completamente convencida de que voy a vivir hasta viejita. No quiero que se preocupen ni piensen que estoy sufriendo”.
La barranquillera mantuvo la fortaleza a lo largo de su tratamiento, pero la caída total de su cabello y sus cejas le afectó más de lo que esperaba. No quería la lástima de nadie, había tenido suficiente con la mudanza de sus padres, que llegaron a Bogotá para ayudarles a ella y a su esposo con el cuidado de Verónica. “Eso fue lo primero que me tocó aceptar: que yo necesitaba ayuda, que no era una superhumana”, confiesa.
Por esa razón acudió a una psicooncóloga que le recomendó unos talleres de maquillaje, los mismos que le devolvieron la esperanza a Sara González. Allí aprendió a cuidar su piel y mantener una apariencia sana, algo que deseaba desesperadamente. Así mismo, asumió el reto de proyectar la mejor imagen ante sus compañeros de quimioterapia, porque según ella, “si ves a las otras personas decaídas y demacradas, a ti te da miedo (…), pero si encuentras a una persona alegre a pesar de sus síntomas, eso te va a motivar”.
En julio pasado, Beatriz les dijo adiós a las quimioterapias, pero tuvo que pasar por una mastectomía bilateral con reconstrucción para continuar con su tratamiento. Aún se recupera de esta cirugía, que requiere rehabilitación con fisioterapia y le impide realizar algunas tareas sencillas como cambiarse de camisa y otras necesarias como cargar a su hija.
Sin embargo, su proceso avanza, recién comenzó un ciclo de radioterapias y contagia a quienes la rodean de energía positiva cuando afirma: “Las estadísticas son estadísticas. Cada persona va a vivir su propia historia, no te pongas a pensar si alguien que tuvo el mismo cáncer que tú sobrevivió tres años o solo uno... Cada historia es diferente y hay que ponerles la mejor actitud a las cosas”.